lunes, 19 de julio de 2010

55º- Si te dicen que caí...


Seguro que es cierto, lo hago a menudo, me caigo, me sacudo las rodillas, en caso de herida vierto un chorro de agua oxigenada, me pongo de pie y vuelta a empezar. Si te lo dicen es que la caída fue sonada, desde la azotea del edificio de la vecina de enfrente, a la que espío no por morboso sino porque su rutina carece de concierto y por lo que pude comprobar no se ajusta a horarios, pudo ocurrir que me empujaran, ya hartos de que les dijera que necesitaba una excusa para suicidarme falto de agallas, o que fuera un traspiés de esos que te deja en zanjas la vida para que tú piques el anzuelo y salgas disparado hacia otra objeto en el camino, pongamos que una piedra consecuencia de una riada, con la retomas la compostura, ya se sabe que tropiezo+ tropiezo= equilibrio. Pero sobre todo, si te dicen que caí no seas buen samaritano y acudas a prestarme auxilio o presumo que darás con los huesos en el asfalto porque como en las películas de muertos vivientes que salen de sus tumbas, tiro de tu mano, te hago hincar la rodilla.

Cualquier caída es una repetición, nunca la primera vez a la que no consigo remontarme, caigo igual que los ángeles que se encararon con Dios porque éste les negó la potestad sobre la creación de la que ellos fueron participes plasmando los planos del arquitecto, igual que el boxeador que se compró una casa en Malibú que ahora no puede disfrutar, acusado de golpear a su mujer, provocándole una fractura de vértebras que la postró en silla de ruedas, aunque rehúse defenderse porque terminó sonado y en la ruina ya que las cuerdas del cuadrilátero no le contuvieron del azote que los golpes dan en el sentido común. La caída de los poetas en el alcoholismo o en el abandono de las medidas mínimas de higiene para con su cuerpo, barbudos, con las uñas amarillas de nicotina y el aliento ácido que impregna las plicas que remiten a concursos literarios donde no consiguen siquiera un accésit que les permita seguir. Aquel que nunca cayó se encuentra imposibilitado al no haber compartido plano con el resto de los mortales, los conocerás porque viajan en avión privado, desconocedores de cómo es aterrizar.

Las caídas no las subsana la confesión a un párroco que te impone una serie de oraciones que te rediman y te levanten, simplemente, eliges reptar y sacar la cabeza del agujero para otear el horizonte, atado a los sucesos que dejas atrás mientras mueves la cadera y contorsionas los brazos haciendo camino, un poco masoquistas, errantes, sin la pretensión de ser mejores personas pese a que la piel repleta de moratones y las llagas sedientas de cura nos lleven a abrazar lo que se nos ponga a tiro, escaleras mecánicas inclusive, escaleras unidireccionales en las que dormitamos, creyendo en falso, que las vendas sobre las culpas del pasado aguantan el contacto con la atmósfera, que su pegamento permanecerá unificando los destrozos. Por ello, si te dicen que caí, recuerda qué dije, comprende que sin las caídas el mecanicismo perfecto, la intranquilidad de que un día respiremos profundo y se nos desinfle el pecho y rompamos en lágrimas o paguemos la frustración con un ingenuo que intenta sofocar los demonios del ánimo insatisfecho. Caigo, y nada, caigo y ni rastro del fondo.

domingo, 18 de julio de 2010

54º- Trasgresión


Para ser rebelde no necesito unos pantalones anchos y un bote de graffiti con el que firmar las paredes de edificios de la administración. Tampoco ponerme ciego de estupefacientes hasta tener los pómulos hinchados e invadir garitos armado con una guitarra que suena atronadora, apalabrado a un discurso tribal que me alcanzará de sobra, la cuenta corriente cuenta con suficiente fondo. No, la rebelión la hago como Tolstoi, que según Vargas Llosa, fue el referente de Gandhi, evitando los estruendos y las imposturas, superé la etapa de interpretación, soy un burgués inquieto, independiente, que salió de la nada, contrapunto al prototipo de revolucionario de bufanda palestina, cabello encrespado, punkies que olvidaron darle cuerda al reloj biológico ya que triunfen o fracasen podrán regresar al redil en la junta de accionistas de papá y consumir Farias en el palco del campo de fútbol, podrán someterse a un proceso de desintoxicación en una clínica privada que celosa del anonimato de sus clientes no divulgará el apellido a fin de salvaguardar el buen nombre. Los rebeldes de arcilla no llegan a estrellarse contra el suelo, una red que cuatro asalariados sujetan para que soporte el impacto, los atrapa en el aire y una ambulancia los conduce saltándose las señales de tráfico, a toda prisa a una sala de urgencias donde nadie espera y las habitaciones son individuales e incluyen televisión por cable.

Rebelde es ser un gallego invitado a una televisión de Catalunya, y ante la pregunta del entrevistador en catalán espetar en castellano que la unidad de la patria te la pasas por el forro, perdiendo una gira que firmaste, perdiendo futuros contratos transcontinentales porque los jerifaltes del puño sobre el pecho y el mentón en alto presionan, muriendo de cáncer porque el exceso pasa factura. En la esquela de prensa no hay condolencia de ningún ministro. Rebelde quien va a cara descubierta, el que se retracta sólo si lo hace sincero, el que las máscaras no las descuelga de las paredes del pasillo que le conducen al salón de casa, que aún desvariando personalidades las somete al sujeto que es, que desecha la práctica del quita y pon, del adáptate según el fin. Rebelde, escupir a un público proclive al aplauso que no entiende que los versos que lees están envenenados y la intención es que se les claven en la frente, sentados en sus banquetas, dando palmas porque participan del mundo cultural, rebelde insultarles en idioma vulgar, por si acaso dudan que sea una facción del espectáculo rompedora, no, sigan manifestándose a favor de condonar la deuda al tercer mundo teniendo propiedades que pasan de los 50 metros cuadrados en varias provincias, sigan pero no cuenten conmigo, la vejez se la postergan solitos fumando marihuana después de haber cerrado las cuentas anuales, el debe y el haber del espíritu joven desobediente y los modales sociales de madurez.

Volar consiste en alzar el hombro, estirar los huesos de los brazos, evitar la concentración que sucumbe a la ley de la gravedad, llevarse ir. En contra de las alas postizas compradas en tiendas de disfraces, en contra de buscarse la primera plana en el diario por ser el redentor de la humanidad atado al mástil de un petrolero que asaltaste y que transportaba fuel para la gasolinera en la que repostas el auto del que todavía te restan media docena de mensualidades por abonar. A favor de ser consecuente, nada de lo humano me es ajeno, no puedo tener aquello que me haría diferente a como soy si carezco de la intención de reinventarme, hasta donde me alcancen los principios, sin la querencia de extender los principios para que los demás se vuelvan espejos que asientan deslumbrados por la verdad que les muestro, que nieguen ante una imagen novedosa, que no pueda encasillarse en un compartimiento etiquetado: inconformista, nihilista, pasota, burócrata, del grueso. Posiciones que se alternan, intercambiables. El status de rebelde se imparte como una absolución a los que no tienen porqué luchar porque les dieron el guión mecanografiado y corregido de inicio.

sábado, 17 de julio de 2010

53º- Alta fidelidad


Antes megalómano que melómano. Decía Kundera que la música clásica anterior al movimiento dodecafónico ascendió a los cielos del arte porque se la comparaba con la música moderna, los defectos engrandecieron unas contadas virtudes después de comparar. Recuerdo cintas de casette, de cantautores, de géneros impuros, muy étnicos, rock de bajos fondos, la cultura del flamenco minoritario, el pop que en mi país (no tengo la suerte de ser hijo de la Gran Bretaña) raya la mediocridad. Y luego los compact disks, y los instrumentos electrónicos que contienen una discografía completa y que te hacen perezoso porque ya no visitas tiendas especializadas, y entono mea culpa, me encanta la música, la que aúna variedad de prácticas, letras, ritmo, sonido, entonación, pero llevo una asignatura pendiente, incapacitado para disfrutar con los imitadores de Tom Waits caso de que los hubiera, oyendo, porque la música es cíclica y suena en el fondo de los tiempos del hombre, a los Surfing Bichos, minoritario también en lo que oigo a través de los altavoces, forzando los decibelios y el tímpano con el objetivo de retomar un placer que fui apartando sin querer.

¿Quién no tuvo un encuentro con la “otra persona”, compartiendo el vello erizado al oír a Calamaro decir “yo te prometí hacer deporte pero era una mentira para robarte un tal vez”, si me apuras flotando entre las cuerdas de la guitarra de Hamlet, si eres atrevido y la protesta de la canción no entorpece el momento? La música une a desconocidos en un concierto para el que recorrieron kilómetros de carretera y cuya duración en buena lógica no merece tales esfuerzos. La música de los chicos de Liverpool, o del director de cine Emir Kusturica, sonando en una tienda en Benarés o en tu casa, desde equipo de música al que podrías dar pasaporte para ganar espacio. La música que le pones a un niño, el sonido de una armónica que no tiene porque tocarla nadie apellidado Dylan, la música particular, la que tiene parentesco con un instante culminante o con un lance que desearías borrar de la memoria. ¿Quién no tararea una canción que no oye desde la adolescencia y queda inmerso en unas líneas de pentagrama que quemó el olvido o su coetáneo, la inercia de ir hacia delante.

Alguien me dijo: lo que contiene una canción que rara vez lleva aparejado una poesía, es que la canción no la piensas, la música te vibra, el poema lo entiendes o no. Mediante la música no te enamoras de la existencia, en cambio tumbado en la cama contando el granito del techo, extasiado con el piano de Light my fire de The Doors, selectivo porque con el sonido debes de serlo, basarte en las preferencias, en el patrón que los años y las situaciones actualizan, al tiempo que atemporal, la música, el sonido y las sensaciones que producen no los contiene el intelecto, forman parte de la vivencia, a la que incluso provocan dotándolas de un estilo pausado o electrizante, inciden en quién eres como lo haría una persona, la música como voz colectiva, que desconoce los cambios de estación, nunca la desechas en Abril, nunca dejas de reflexionar, por ceñirme a un ejemplo, sobre cuales son las cinco canciones de amor ideales para un lunes desaprensivo, que se empeña siempre en regresar.

viernes, 16 de julio de 2010

52º- En una isla griega


En la agenda tengo señalado un viaje a la isla de Capri, aunque aun no dispongo del billete ni de los recursos financieros pertinentes, aunque Capri esté en el mar Tirreno italiano y lo que yo quiera sea perderme en el maremagnun de islas griegas que salpican el atlas de bolsillo que me lleva a perder la mirada entre azules y gamas de ocre. Y estoy con la espalda achicharrada por la prolongada exposición a la radiación solar e intento concentrar la mente para hacer un viaje astral que se salte kits turísticos, bonos de viaje que expande la empresa en la que trabajo como premio a mi intachable comportamiento, pero no lo consigo, supongo que salvar las distancias volando con la imaginación es más complicado en el caso de querer arribar a una isla, como si la franja costera levantase un muro que alcanzara el firmamento con el que te das de frente y te deja desorientado moviendo las alas, observando Capri a lo lejos en el horizonte. Voy a describir la sensación de llegar, de apearme del barco pesquero que me rescató de las aguas tras decidir que la vida sin Capri carece de sentido y haberme arrojado por un acantilado. Porque ya fui pero no hice fotos ni me moví del respaldo de la silla en la que fui transportado a una isla que no es griega, ¿acaso importa?

Dicen que Tiberio, el emperador romano, cedió el poder en la urbe tras quedar maravillado al visitar esta isla y que aquí vegetó hasta el fin de sus días dándose a los placeres de la perversión sexual. No haré por imitarlo, subo una colina clavándome la hierba en las pantorrillas, con la mirada puesta en cruzar al otro lado, el pulso controlado, resuello leve, olor a salitre. Puedo apoyarme en el suelo cuando el terreno se torna irregular, no tengo ánimo de regresar por donde vine, las islas ajenas a los caprichos, sirven para exorcizar al que las visita, terapeutas para la catarsis del viajante que practica la penitencia sólo, los tours en compañía conllevan disfrute, horas tiradas bajo una sombrilla cualquiera, esto es de otra índole, sumergido en un volcán que emergió de las profundidades quisiera que me engullera la lava, quedarme petrificado, figura de museo de cera que entorna los párpados ya que no da crédito a que todavía existan lugares en los que te vacías porque olvidas respirar.

Rescato de la bolsa de mano, un ejemplar gastado de la biografía de Malcom Lowry, destrozo las páginas, en pedazos minúsculos y las hago planear en la brisa. En las islas no compras souvenirs, de recuerdo llevas cada una de las piedras, todas contenidas en la pupila, el tacto de las escamas de pescado que observas boquear en el puerto sin poder escapar de las redes de los barcos que acaban de echar anclas. En las islas los cambios son sencillos, las remodelaciones no necesitan de permisos ni se estampan firmas en las muñecas de los niños, no hay generaciones venideras, en Capri el instinto maternal solo lo conoce la Madre Tierra, y piensas temblará el piso y resucitarán los muertos que uno ha dejado en la balsa que hacía aguas, entonces comprendes a Tiberio o a los tiranos que deshacen lo que les es previo, al fin y al cabo compartes con ellos una intención, la de huir hacia un lugar sin nombre, escogiste Capri, pudo ser el Pacífico, pudiste entrar en un baúl que cerraran con llave apagando las luces, clausurando la ceremonia de mutación, escribiendo en la casilla pertinente de la agenda: experimento fallido.

jueves, 15 de julio de 2010

51º- Ante la desgracia


Dice un proverbio chino que el que sonríe en vez de enfurecerse es el más fuerte. Estoy completamente de acuerdo, no puede el preso quedar en libertad por agitar los barrotes en la noche o empujar una de las cuatro paredes que lo contienen, no puedes forzar a nadie a hacer algo que no le apetezca, al menos no durante un tiempo prolongado, sin que asomen la rebeldía y la desobediencia, no puedes vivir eternamente ni cruzando por el paseo de peatón o comiendo sólo productos naturales o haciendo ascos al tabaco y al alcohol. Hay atolladeros en los que el más persistente acaba agotado y desiste y marcha desencantado hacia otro reto, imponderables, como el de que las mujeres que velen nuestra antesala del sueño definitivo serán aquellas que nunca sostuvimos entre los brazos. Ley de vida, el peso de lo que nunca hicimos supera al de los objetivos logrados.

Este es un pensamiento derrotado, que bajó los brazos antes de que sonara la campana, que desde el quinto round desea arrojar la toalla o que cavila desprotegerse el rostro para que la adversidad le haga besar la lona. Pensamiento de al mal tiempo buena cara. Por el que te decantas cuando el calcetín de la vida sale del revés del centrifugado y el dibujo se esfumó y no sabes cual es el derecho del que lo tienes que colgar en el tendedero. Esta es mi actitud, y cumple una función beneficiosa incluso para los que me rodean siempre y cuando sean capaces de soportar la ironía con la que cubro la acidez de estómago de un hartazgo que nos es común. Era en Magnolia, la película en la que música e imagen transmiten dolor a partes igual, donde uno de los personajes, el anciano moribundo, afirmaba que la vida es como un chiste sin gracia, largo, que te tiene en vilo porque estás esperando coger el hilo para soltar la carcajada, un chiste que todos entienden menos tú, puedes escoger: fingir que lo captas y reírte a mandíbula batiente o dejar a las claras que no tiene ninguna gracia segregar por etnias para conseguir la mofa, o puedes tomar la vía intermedia, continuar el chascarrillo pero llevándolo a tu terreno y dotarlo allí de humor, complementándolo, haciendo tuyo lo ajeno, que no es robar, que no denota falta de consideración, aunque una dosis de cinismo sí, añadiendo un tono dulce y agrio que lo haga al menos audible.

Pensamiento de los que están de vuelta de todo, porque no lagrimeas por convención, porque no le entras al trapo a las plañideras, en los entierros acudes al velorio, das el pésame a unos cuantos desconocidos y al ver una ambulancia que viene a recoger a una de las familiares que cayó desmayada te sientes cómplice del fallecido, aguantando la obsesión de espantar los contratiempos desde el ataúd sobre el que dejan caer un pañuelo para después sepultarlo de arena y ahí queda eso. Lo que pase pasará pese a que nos empeñemos, gracias a la providencia no tenemos el poder que se requiere para detener lo inevitable a nuestro antojo, habría que redefinir conceptos como positivo o negativo, como buena suerte o suerte a secas. Es posible que haya transitado sin demasiado sobresalto, posible aptitud de complacencia ante la desdicha, pero es que la cuestión es derramar el vaso, esperar a que se evapore o beberlo y está claro: Yo (o tú) prevalezco.

miércoles, 14 de julio de 2010

Intermezzo


Unos 10 mandamientos para escritores, aprendices o simples curiosos. No son mandamientos del tipo revelado, no son palabras a las que anteceda un redoble de trompetas y vestiduras rasgadas por espadas que caen en vertical del cielo, tampoco se firmaron sobre una tablilla. Su incumplimiento conlleva éxito y ruedas de prensa multitudinarias, actos para niños que en las librerías eligen antes un dragón que escupe fuego a una tétrica muñeca de trapo. Su omisión no sana a través de la culpa, la pena consiste en pasar apuros económicos, practicar el nomadismo, estar sediento de lectores. El dios que los publicó no lo hizo trazando unas coordenadas que guiaran al ciego cansado de darse de frente con puertas cerradas, con celulares en espera, dios demasiado humano, necesita cargar la batería de ideas y para ello se justifica por la bazofia de la creación de la que es el único responsable.
1: Desecharás el consumismo, ante una estantería ajena opta el aire pensativo y deja que el instinto te guíe o la fiabilidad de determinada editorial muy selectiva, tiende a escoger long sellers, en las fruterías no se tratan la sintaxis de la nueva novela anglosajona, lo que conduce a afirmar que las revistas sirven en exclusiva como envoltorios de bocadillos.
2: En asuntos literarios no hay modas, Fernández Mallo es un parto que hiede a transitorio, igualmente varía, lee a Dickinson y a Kureishi, a Bukowski y a Joyce, los críticos literarios peores aún que los eruditos de cine en pantalla grande, son una desviación de la naturaleza, intérpretes de sus propias carencias neuronales.
3: La literatura no es como las tribus urbanas, es más como las tribus indias, asediadas por el progreso de los colonos que practican la táctica de tierra quemada u hogueras, había un escritor aficionado al ping pong, aquel ya sólo se venden en antros de segunda mano… Despluma una gallina, hunde en tierra el huevo de oro.
4: Procura evitar tener admiradores, cambia de estilo si lo necesitas, tradicional, florido, empalagoso, posmoderno, metaliterario, snob, déjalos sin aliento, estafados porque les vendieron y ansían volver a esa prosa que los envolvió en una atmósfera de la que no querrían salir jamás, muéstrales diversidad, multiplícales el paladar.
5: No matarás por un manuscrito, ni robarás un poema escrito en la pared de un cuarto de baño mugriento al que vas a parar cuando el exceso de alcohol amenaza la cantidad de líquido capaz de admitir la vejiga. No inflingirás mal a nadie salvo a través del lenguaje moldeable, que enamora, que hiere y que destruye conciencias.
6: Te valdrás de dos medios, la pantalla de ordenador o una libreta roja comprada en una tienda que regenta un vendedor chino, de hojas cuadradas a poder ser. Si prefieres el riesgo escribe microgramos, textos inconexos en servilletas de bares, en clinex, y suéltalos junto a las llaves cuando llegues a casa, diseminados entre lo cotidiano.
7: No llegues al extremo de padecer Mal de Montano, pero acércate, inyecta influencias en el cerebro que cavila unas ideas amorfas y sal a la calle. Desde aceras y pasos de peatones retrata lo imposible, aquello que subyace a lo evidente, porque a la literatura hiperrealista se le llama periodismo.
8: Madruga. Amanece todavía de madrugada y prepara un café cargado y un paquete de cigarrillos, aspira el humo, en el silencio aunque resuenen letras de canciones, decántate por idiomas que desconozcas, o el molesto ruido de la podadora sesgando el jardín de raíces putrefactas.
9: Que no te intimide el porvenir, lábrate una personalidad a prueba de golpes, la perseverancia sale indemne ante las bombas que tiran los convencionales. Muestra impostura, contraría, defiende lo que te toque la vena sensible, insulta cada noche a Isabel Allende, Lucia Etxebarría, Paulo Coelho, Jorge Bucal, Cesar Vidal, etc.
10: La literatura es una extraña forma de vida, la norma para los locos, la excentricidad para los cuerdos, jornada laboral: 24 horas, 365 días del año, salario: la tranquilidad de expulsar la totalidad, lo etéreo que quedas tras poner a buen recaudo la memoria, da lo mismo si en el altillo de un armario o si en la imprenta.
Ante las quejas que puedan tener a acatar los presentes mandamientos añadimos de antemano que son superfluas, dado que su asunción no es obligatoria, en caso de discrepancia de pareceres compongan su particular libro sagrado, compitan vendiendo la absolución del folio en blanco, háganse influyentes en los círculos restringidos de canapés y besos en la mejilla, dejen de escribir porque la humanidad saldrá beneficiada.

lunes, 12 de julio de 2010

50º- Reposiciones


Los personajes de las películas de Aristarain son unos desterrados, unos apátridas que antes de que les tendieran una bolsa de viaje, llenaron la maleta, soltaron una lágrima de derrota en forma de suspiro, unos amigos con los que me reúno cada tanto, con Cecilia Roth, Federico Luppi, José Sacristán, Juan Diego Botto… y rememoro al detalle las circunstancias que me hicieron pedirles auxilio y sus palabras que suenan desde el DVD. En el caso de que existan las influencias, a mí fueron estos tipos quienes, aun a distancia en la Patagonia, en un rancho llamado “1789”, me influyeron. A ciencia cierta, nunca he de encontrarlos en un cementerio, o en un presidio en el que los confiné junto al pasado, nunca se me borraran ni me dará bronca llevarlos en el desvelo, que provocan y subsanan a la vez. En lo físico en la estantería, en lo etéreo connaturales a lo que soy.

Hoy, en el descanso tras una jornada lograda que diría Peter Handke, algo me hizo revisitarlos, tenderles un cigarrillo aunque sé que a Martín, director de cine o profesor de universidad que perdió la cátedra de literatura, o revolucionario impenitente que agrupa una cooperativa que defiende a los trabajadores de la lana de patronos sin escrúpulos, no le están permitidos dado el precario estado de salud coronaria que padece gracias a un exilio en Madrid y un regreso en el que una manga de la camisa le queda suelta mientras la otra le cae perfecta, como si nada hubiera cambiado. Dejé que Hans fotografiará el momento en el que alquilé un segundo e hice una panorámica, Unos juntan piedras, unos apilan instantes, porque lo perecedero lo asusta y aunque no sea turista ni me maravillen los paisajes numinosos, sí, hablo como un gaita, pienso en la infelicidad, es tajantemente falso que el que se dedique a observar invente imposibles.

Acudir a misa los domingos es una actitud de gente asentada, acudir a personas que vivieron el fracaso y sus consecuencias en especial si eres de los que apenas vislumbra la derrota pero la intuye, puede ser contraproducente, sin embargo no escarmientas, algo te despierta, permaneces soñador, no caminas sólo, muchos te anteceden, muchos te hacen vibrar, quizá por eso no acudas al cine, no estés enterado de los estrenos de este viernes, o de cual es el proyecto que se trae entre manos un director que cuenta con un presupuesto desorbitado para filmar un guión sonrojante. Sopesas en la cantidad de amistades de las que el cine te ha privado, concluyes que los conocidos carnales son volubles y pasajeros, y quieres que los libros y las películas cobren tridimensionalidad, estás seguro de que verlas en repetidas ocasiones contribuye a que tomen forma en tu cabeza, en concreto deseas ser Ernesto, el protagonista de Un Lugar en el Mundo, así compartirías tu situación, y en el mundo una habitación de dos es un lugar encontrado del que cuesta irse ya que una carga compartida pesa según lo que ambos estéis dispuestos a sostener.

49º- Calor



El clima es el tema más recurrente para los que estamos, estos días, de vacaciones. En concreto, el bochorno y el asfixiante sol que ya en su aspecto húmedo y pegajoso, o áspero y seco, dependiendo de la confluencia de los vientos del lugar en el que uno se encuentre, impiden que rememoremos las abundantes lluvias que en el pasado invierno nos chafaron los planes, que agraviaron un resfriado convirtiéndolo en neumonía o que pusieron los embalses al tope de su capacidad. Las fluctuaciones naturales hacen que me disponga a ir a la playa ataviado con un ridículo bañador y unas sandalias poco consistentes que temo me dejen descalzo para la vuelta. Los días soleados no tuestan la piel a gusto de todos, y personalmente hecho en falta la nubosidad melancólica del otoño, las bocanadas que exhalan helor del interior de los pulmones, o los estornudos de la primavera que se quedan en nada comparados con la belleza de un almendro que te inunda los sentidos.

No me tomen a mal, aprecio las noches a la intemperie descamisado, las borracheras que se duermen en una orilla con la comisura de los labios llenas de arena, la sensación de aspirar en el agua debido a lo cargado del ambiente. Tomo, no obstante, el polo positivo y su contrario, a menudo las altas temperaturas me aumentan el resuello al subir una cuesta, incitan malos humores en mi ya de por si caldeado carácter, por no hablar de lo incómodo del sudor que se agarra a la nuca y empapa la almohada o de la imperiosa necesidad de ingerir litros de agua que me sacian el estómago y en exceso provocan arcadas. No me tomen a mal, pero del verano me quedo con el gesto de sufrimiento de los ciclistas del Tour de Francia mientras yo sorbo un helado de veinticinco céntimos, con los escotes de las féminas que a pesar del sofoco que producen son como una sesión de sauna, calidez que te permite cargar las pilas. Comprenderán ya que no viajo a una isla del caribe cuyos mares sean cristalinos y en cuyas terrazas se sirvan de mojitos.

Si en la obra de Fernando Fernán Gómez eran las bicicletas para el verano, para mí son los jalones y datar mediante carbono 14, madrugar, acudir a unas excavaciones, dormir la siesta, trasnochar, en resumen, castigar el físico. Y lo hago como voluntario, porque no quiero revolcarme sobre una toalla al amparo de una sombrilla rodeado de ancianos que desean mejorar los canales de circulación de sus piernas repletas de varices, porque no poseo carnet de club marítimo, porque en el caso de que me quedara en casa me convertiría en el hombre más airado del mundo, con el subsiguiente trato hacia quienes osaran rodearme. El que el calor soliviante a espíritus inquietos a darse a la embriaguez de contemplarse el ombligo circunscrito por la dosis recomendada de crema solar, es señal de que el calor calcina las ideas aunque lleves gorras o una de esas estúpidas gafas de sol que proliferan en defensa de “gentes de ojos claros”, y si me consideran estúpido por afirmar tal cosa, bien, no les culpo, apuesto que se levantaron y pusieron los pies en el suelo o sobre la alfombra y pensaron: Qué calor. El calor se ha adueñado de sus tiempos de asueto y les calcina las neuronas, un presidente americano dado al desenfreno les espetaría: es verano idiotas.

48º- Convalecencias


Nunca he creído en los milagros, sin embargo a las curaciones instantáneas, a las recuperaciones que dejan boquiabiertos a los médicos de cabecera, sólo se me ocurre calificarlas de milagrosas, rayan lo sobrenatural. Conocí a una chica que mensualmente acudía a terapia para que su psicoanalista le recompusiera la rotura de corazón que le acababa de provocar su ruptura con un ligue que se dio cuenta de no aguantarla tras sostenerla antes sobre sus piernas en posición escasamente decorosa. La chica en cuestión abandonaba la consulta dando saltos, dispuesta a caer en los brazos del siguiente desaprensivo de torso depilado. Conocí a una anciana, saltaba a la vista que lo era aunque presumo que tendría menos edad de la que aparentaba, que los lunes era víctima de un cólico nefrítico, y que el martes preparaba un puchero, arroz con leche de postre, del que jamás se privaba, estando presta a una digestión a prueba de bomba. Conocí recuperaciones que duraban lo que un chasquido de dedos, cualquiera diría que el ser humano detesta los intervalos de convalecencia y que por eso los acorta.

Error. Seamos nominalistas: Nick lleva encamado una semana aquejado de fiebres, su novia, Erika, lo cuida, ya que la madre del enfermo es reacia a creer que unas anginas sean devastadoras a tales efectos. Erika le pone paños de agua fría en la frente, le introduce las cápsulas que le vendió el farmacéutico porque a Nick se le va el santo al cielo, y es que acurrucado como está, suspirando cuando le invade de golpe a las sienes el dolor, ella se desvive, ella revisita las películas Disney que a Nick lo entretienen llevándolo a la fantasía, fantasía que no quiere que cese, total, ambos están sin empleo, él ya puede hacer selectivos esfuerzos que Erika se ofrece a acompasar. Nick desearía guardar reposo indefinidamente, tener a alguien a su disposición: que le alcance ese libro de poesía sobre el cual lleva rato pensando una cita, “mostrarse quieto, seguir respirando”. La cama del cuarto de invitados se ha amoldado a su espalda, él encantado de sus nuevos hábitos, la enfermedad, desconsiderada, sana.

Me produce profunda tristeza Nick, y envidia. Al menos una quincena a cuerpo de rey, padeciendo ataques de delirio a 40º, claro, con unas delicadas manos que me masajean las mejillas y me sirven hígado para comer, sazonado a mi gusto, sin apenas sal. Qué triste que las dolencias reversibles y los padecimientos que requieren de cuidados también acaben, no da tiempo a degustar el estar atendido a jornada completa, usando incluso una campanilla que sacuda el cuerpo de la enfermera al oírse en el piso de abajo, qué pena, que los tiempos largos de convalecencia presagien un final fatal en vez de ser los que merezcan ser degustados con mayor perspicacia de matices, qué manera tienes de cambiarme la camiseta, no tengo que mover un músculo, qué pulso con la cuchara, nunca derramas una gota de papilla, qué amable, ¿podrías permanecer a mi lado, aún cuando yo me quede dormido y ronque y tú te aburras contando los granos de la pared sentada, en medio del tufo a enfermo? Nunca he creído en los milagros, ahora estoy convencido, es un milagro que al convaleciente lo atiendan, el sentido común advierte: lo útil sería tirarlo por un acantilado, cesaría el dolor, ahorraría un dinero la maltrecha sanidad pública, y si sobrevive exclamaremos, espontáneamente: aleluya.

47º- Exclusión

Al chico gordito de la clase se le queda cara de tonto porque los jefes de los equipos al escoger lo ignoran, no lo quieren ni en la portería, ni de defensa que estorbe; El niño que se ha portado mal, tomando chucherías antes de la hora de comer, queda castigado y llora en su habitación porque le prohíben ir al cumpleaños de su mejor amigo, y pensar que habrá piñata, y que explicará durante el recreo el porqué de la ausencia y que se reirán de él; Los ojos de Antonio, que interviene para dar su opinión sobre dónde irá a parar su abuelo muerto, días después de que lo entierren, un afluente de lágrimas ya que no pudo contenerse tras la torta que le fue propinada por su madre, por insolente; El adolescente que en casa de sus suegros no levanta la vista del plato, tiene miedo de equivocarse, de expresar con vehemencia lo que sin duda ellos sancionarán como inmadurez, platea romper la relación, o partir la conversación estampando un plato en la pared, todo sea para captar la atención.

Las experiencias de formación caducan, norma cronológica, en vano intentamos integrarnos. Y el chico gordito ha seguido una dieta estricta de vegetales y ejercicio a medias entre la masturbación y las abdominales, que lo ha dejado en el peso ideal, partió rumbo a la universidad volviéndose un promiscuo cuya fama se extiende por las residencias femeninas que asalta con encomiable forma física y alternancia, los fines de semana. Y Antonio apoyado en el pecho de su madre, logra contener el llanto, le toma la temperatura situando la palma de la mano en su frente, y por fin le cierra los párpados, dirigía las exequias, escribirá un discurso que dignifique la memoria de la fallecida. Y el niño que se portó mal, dilapida la fortuna de la empresa familiar en el cuarto de baño de una sala de fiestas, en compañía de una chica originaria del Este, de una bolsita que contiene suficiente cantidad de merca para taponar el retrete, saltándose las restricciones, invitando a una ronda para los que cerca del amanecer aun pueblan el local. Y el adolescente, que viene de la guardería y marcha hacia casa, y siente impulsos de dar un golpe de volante abandonando la carretera, cayendo a un lago donde se sumergirá y en el que desde el asiento de atrás no se escucharán berridos, y en el que la sombra del divorcio y las infidelidades se disipen, pero sobretodo en el que los domingos no hay que acudir al club de campo a degustar idéntica paella, a conversar ocasión sí ocasión también sobre las ventajas pedagógicas de la educación privada.

Poco ha de transcurrir para que las perspectivas futuras disminuyan. Las vidas de el chico gordo, de Antonio, de el adolescente, del chaval que incordia y se excede, esas vidas marcadas por patrones análogos: la mutabilidad y el fracaso, características enlazadas, una contiene la otra, meta y origen, acaban. Ni tú ni yo reparamos en ellas, sacamos pruebas que incidan en el vivir cotidiano, no nos sirven debido a que continuamos enfrascados por regir los movimientos cuando en la vida el sujeto es un añadido a los acontecimientos, y más en este siglo que apenas inauguramos, donde las pérdidas son suplantadas, los recuerdos borrados a causa de ese mal médico, quién sabe si sanador de tormentos, que es el Alzheimer. Nunca hubo tantas tribus urbanas, tantos emblemas a los que adscribirse, tampoco tantos apestados, suerte que aún quedan lúcidos que se adelantan y se autoexcluyen, los conocerás porque catalogarlos es una tarea imposible, ellos serán quienes te cataloguen, desde una esquina en silencio, sentados o en cuclillas, las más de las veces fumando y siendo transportados por el humo de cada calada que dan a la realidad.