domingo, 24 de febrero de 2013

Nostalgia

¿A qué poco meditado placer se debe que, en las películas o novelas, ciertos asesinos regresen al lugar del crimen poniéndose en peligro? ¿Qué motiva ese comportamiento tan humano -demasiado- de reincidir constantemente pese a que prometimos no volver a hacerlo? ¿Será cierto que nos tientan los precipicios porque en los sueños caer al vacío significa despertar y seguir vivo como si tal cosa? Una reflexión se me viene a la cabeza, la oí durante esta semana pasada: hay dos tipos de robos, los que salen bien y los que dejan algún testigo. Incluso yo estoy llamado a veces a recular sobre mis pasos y volver a un punto sobre el que una vez estuvo mi huella aunque el tiempo la borrara. Dejé esta ventana al mundo cerrada, pero no tapié la parede y ahora me doy cuenta de que puedo descorrer las cortinas y abrirla de par en par. Olfateo el aire de afuera y me sabe distinto, como a golosina. He recordado el aroma cuando he tenido tiempo y voluntad para detenerme y girarme sobre mí mismo de manera cartesiana: ahora soy porque sé con certeza que existo.
Tengo que advertir, frente a pensamientos morbosos, que no estoy enfermo de nostalgia, la peor de las enfermedades, incurable. Y lo sé porque he pensado sobre ello y entiendo la situación: la vida no se vertebra a través de hitos o de acontecimientos, sino que depende de distintos ritmos, veloces, ralentizados, a ritmo de crucero... Tú aceleras o pisas el freno según te apetezca (y te convenga). El presente nunca queda estacionado en un párking, al igual que el pasado no se puede sacar del fondo de armario como si se tratara de ropa de temporada, de ninguna manera. Transcurre nuestro tiempo incandescente, sin ligazón con el ayer, intuyendo un futuro falseado pero que sirve para esperanzarnos. Bajo esta realidad que pisamos subyacen memorias y proyectos, pero más vale desengañarse pronto a sufrir los efectos devastadores de la ingenuidad: a lo único que estamos abocados es al desconocimiento.
Pero dejaré de divagar para centrarme en la carretera y proseguir con la conducción de mi narración. ¿Por qué vuelvo? Principalmente porque he decidido bajarme de la nave y pisar tierra firme, aunque ésta sea un territorio formado por confesiónes/disgresiónes. La multicausalidad me ha empujado a este hueco que conecta infinitos mundos para murmurarle algo que, todavía, no sé exactamente qué es ni qué significa. Estoy al tanto del riesgo que supone abrazarse a la nostalgia como a un oso de peluche que impasible no te corresponde los sentimientos. Sé que este monólogo discursivo prolongado me será devuelto por ese espejo que refleja angustias que es la pantalla del ordenador apagada cuando vuelva a no tener nada que valga la pena decirse. Lo sé, y no me importa. Emito una serie de sonidos guturales, parecidos a los de un bebé o a los de un animal cualquiera. No temo renacer cíclicamente como otro. Estoy satisfecho de volverme a conocer.