Por supuesto que las despedidas a la francesa, para el que no esté al tanto es decir adiós sin decirlo, marcharse de repente evitando el previo aviso, son una práctica que hay que manejar con cuidado, dosificando que no te las interpreten como una descortesía, cuida los modales y evitarás que se sientan ofendidos, trátalos con deferencia hasta que de primeras les des con la puerta en las narices e interrumpas el discurrir de su insípida charla que a partir de entonces girará en torno a tu persona. Entenderás lo que te cuento en el momento en que armado de valor tomes una maleta y desciendas de un ático con las miradas que se clavan en el crujir de las ruedas al bajar los escalones, ellos desde arriba preguntándose mudos a qué se debe ese impulso, tú haciendo una mueca, intentando no decirlo porque levantarías un escándalo y conoces la impostura pero respetas la siesta de los vecinos, la plácida quietud de las pelusas que permanecen ocultas bajo la alfombra. Las despedidas súbitas, las que nacen espontáneas y extienden las llamas por los inflamados ánimos de los que se quedan envidiando la fogosidad de un ataque de rabia que a ellos les resulta terreno vedado por fármacos tranquilizantes, los adioses que no reparan en que afuera nieva o que es mediodía y el sol de brillante ha vaciado las calles y que la maleta la tienes que arrastrar por vagones de metros de varias líneas diferentes, esas despedidas son las imborrables.
No obstante, los tipos de ceremonias irrepetibles no son obligadamente de tono negativo, las hay agradables, en las que no gimoteas porque sabes que es lo correcto y así lo asumes, retardar un adiós puede aumentar la taquicardia de los corazones preocupados que vivirían en estado de alerta permanente. Viajas de vacaciones a un lugar que te parecía un plan equivocado, del que estabas seguro, acabarías harto a la semana, pero no eres adivino y la clarividencia se hundió entre presagios que te salieron por la culata y no quieres despedirte porque el placer es un imán capaz de atraer a la superficie el fondo de un océano. No te queda posibilidad al menos pausible, has tirado los dados y los números te sonrieron, apresúrate, te advierte el sentido común, pronuncia en una cadencia lenta arrivederci, adieu, goodbay, extiéndele la identificación a la azafata y no vuelvas la cabeza vayas a caer rendido a los pies de un mundo que tarde o temprano va a propinarte una patada en el mentón, di adiós que de seguro que lo que dejas no es tanto como crees.
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