jueves, 10 de junio de 2010

46º- Chico/ a busca

El estar emparejados no supone que abandonemos la soltería, la soltería es un estado latente en la pareja, un misticismo para el Uno que se niega placeres inferiores que estropearían su pureza, que lo multiplicarían restándole valor absoluto. Nadie te pide cuentas, nadie hace que acudas presentable a las cenas de empresa, nadie te acaricia el pelo arrastrando su mano desde la nuca al puente de la montura de las gafas. Para el soltero el tiempo está compacto, no tiene citas y la factura telefónica es una rutina en lugar de ser una ruina. Nuestro soltero se dedica a lo que le apetece, prepara platos de libros de recetas, decora el salón de su casa con figuras de Star Trek, se pasea por el pasillo sin camiseta, sin afeitar y toma el llavero y se marcha, no conocemos su itinerario, tampoco el destino o lo que lo llevó a salir pasada la medianoche, y esto porque los lectores son invisibles y en la casa lo único que queda son muebles cascados, cortinas que apestan a cigarrillo y el silencio que cuando regrese, si es que lo hace, acaso importe, no le preguntará dónde ha estado.

Dijo Emil Ciorán, se muere a causa de todo lo que existe. Dice el soltero, mi estado es el de un inmortal, despreocupado, las ataduras domésticas provocan úlceras estomacales, se rompen las piezas de la vajilla como se rompen corazones, es cuestión de esperar y lo que unieron unas firmas bienintencionadas lo separa el gasto de entablar conversación por el hábito de contar lo personal, por tener en común sólo el deseo de que sea el otro quien proponga hilar la cinta, cerrar lo conjunto, volver a regir mi vida sin interferencias. Ya-puedes-estar-cogiendo-las-maletas, dice el soltero entre dientes, moviendo la cuchara, provocando un torbellino en la superficie del café. Lo dice porque no lo oyen, porque ya lo oyeron y actuaron en consecuencia, él y su maldito afán de memorizar citas de filósofos, de despegar los labios, de poner en práctica la terminología de la palabra “orgullo”. Para el solitario su estado es una elección, para el soltero una terminal transitoria donde engancharse a la cola de un vagón y tomar los mandos de la máquina si le dejan, si es suficientemente listo. Nuestro soltero prefiere observar el fondo de las vías, lástima que no quiera dar un paso adelante justo ahora que aun faltan unos minutos hasta que arribe el siguiente tren.

Le esperamos tras la ventana, reparando en que el naranjo ya dio frutos. Quizá haya conocido a alguien, o se agencie a una fulana con las que pasar a la historia destrozando los muelles del colchón, despertando al vecindario con alaridos y gritos que en el fondo son fingidos o una parte indispensable de la escena. Improbable. El soltero desea que el mundo se regenere y todos queden solteros, que las parejas queden disueltas de facto, que los errores sean perdonados y la situación allanada para facilitarle a él la construcción de una relación, de una pareja a la que convencer de que no es de necio palpar el tronco de un árbol. Achispado como va, propenso a la reflexión, rendido en el respaldo de la silla concluye: la soltería es el antes y después, el nacimiento y la muerte, los periodos de distensión, el preámbulo, lo que queda del campo de batalla, los preliminares y el cigarrillo de después, la más natural de las situaciones personales y por ello la que antes se quiere abandonar.

martes, 1 de junio de 2010

45º- Porque los tiempos están cambiando

Y ya no estamos en 1963 aunque en lo que respecta al progreso de la humanidad hayamos retrocedido, y Bob Dylan tuvo una etapa cristiana donde se le reveló que los villancicos no se oponen a la contracultura, y el uranio empobrecido es el oscuro objeto de deseo de los que quedaron a las puertas del Primer Mundo, y el choque de las civilizaciones suple la confrontación ideológica variando las latitudes del enfrentamiento de las estepas a los valles áridos, y quitaron las anillas al sueño que les explotó en las narices a los rebeldes que vieron así enriquecido el patrimonio que no rehusaron heredar, y las vías de comunicación pasaron del ferrocarril al avión y de éste a los cableados invisibles que orbitan sobre nuestras cabezas allá donde las escafandras posibilitan que los trajes espaciales queden fritos al amparo del brillo de una estrella, y el genero femenino subvierte el orden y clama venganza y sigue siendo misterioso aunque ocupen posiciones delanteras.

Y no tengo que ir tan lejos, y escribo cuando sé que podría dejarlo para después pero lo hago de cualquier modo y me resto horas de relax y disfruto tecleando un ordenador portátil, sacudiendo el cigarrillo en un recipiente de natillas utilizado como cenicero, y no extraño nada y no ansío imposibles y eso quizá dignifique y al menos no estoy entre corchetes o paréntesis o complejos de un porvenir sesgado por múltiples complots y puede que fantasee con frecuencia sobre impresiones de desconocidas y que caiga prendido ante la menos indicada con la que la concordancia chirría y sea suficiente mojarla en el tintero para ponerla por escrito, y siento la compañía fiel de los indispensables, Roth, Coetzee, Bolaño, Hornby, y apenas separo los labios y ello no entristece y es que las metafísicas fueron inherentes al modelo que me precede.

Y sigo fumando, y consumo alcohol, y llevo una dieta marciana y en cuanto a aspecto salgo favorecido y qué importa, y las bandas se las cedo a otros, prefiero el centro de la cancha, las aperturas de espacios imprevisibles, y cuando salgo a la calle lo hago con las manos liberadas de inmediatez y si fuera creyente creería en la catarsis, y mantengo el rango de príncipe de la redención, y veo cine en dosis controladas por la conexión a Internet que tienen contratada mis vecinos, y me doy por satisfecho con pasar la novela al ritmo de una página cada 5 minutos, y prometo que he de hincar el diente a Daniel Sada, a los complementos que la fortuna quiere presentar apetecibles vistiendo con sandalias de esparto la consecución de un destino aleatorio, y quiero proseguir y me detengo por hoy, tan lento y veloz, y tan 2010 y tan Mark Knopfler, y tan kilogramo de picota que basta de recordar de donde provengo o hacia qué me dirijo.