viernes, 28 de mayo de 2010

44º- Fechas señaladas

Se me fue el santo al cielo y no te felicité el cumpleaños. ¿Cuántos cumpliste? Lo siento, perdóname la indiscreción. Ya me conoces, disperso, impertinente, no caigo en que hay gente a la que le molesta aparentar más edad de la que tiene, o menos, no es mi caso, padezco síndrome de Peter Pan, no envejezco aunque no haga nada por evitarlo, ojalá pudiera decir lo mismo de ti. Cuando pregunto la edad a alguien me tienta, una vez que me ha respondido, soltar una frase hecha del tipo “si es que ya van para arriba” o “en poco tiempo de cogen”, frases que siempre se escuchan en boca de los padres cuando un conocido suyo nos señala y advierten que retenían una imagen de nosotros paseados en un carrito de bebé, y que esa imagen ha quedado atrasada, que tienen que renovarla y que el paso del tiempo es irremediable. No quiero andarme por las ramas, decía que disfruto de la eterna juventud, pero los barman me exigen carnet de identidad, para las muchachas soy o mayor como certifica mi partida de nacimiento o un efebo por despuntar cuando estoy descansado y sin ojeras, y afeitado, permanecer idéntico pese a los reveses que nos afligen consta de un reverso, aunque en general abunda lo beneficioso.

Vuelvo a disipar la narración, ¿No fue Elías Canetti quien dejó escrito que el discurso de los disgregados nunca suena real porque la función que otorgan a las palabras es la de tener una excusa para abrir la boca? Lo que me conduce a confesarte que puede que te regale un ensayo de Canetti. No tendría la desfachatez de entregarte una novela de vikingos intergalácticos, el que regala imprime su firma en el presente, y mi firma ha de ser provocadora, siempre y cuando recuerde que te debo un regalo.

Y es que me hago un lío con las fechas. Compré una agenda electrónica para que me diera el aviso de los santos (no comulgo con esa creencia, al menos la respeto), de los cumpleaños (¿te hicieron un pastel, soplaste las velas, lograste apagarlas todas de una sentada?) y de los velatorios (es estúpido que se den misas bianuales o quinquenales por la memoria de un muerto, no logran reavivar el recuerdo, consiste en tragar un sacramento y repetir la ceremonia del pésame a los allegados), pero sabes que soy duro de oído, que me abstraigo con facilidad al ruido de fondo. No más contarte que he llegado a felicitar un aniversario de bodas tres veces el mismo año, por cierto, ¿cuándo quedará convenido que también se brinde por los divorcios? De momento prefiero despedirme, te tengo presente en mis oraciones. No te preocupes, que olvide que has recortado otros 365 días de tu vida no significa que me olvide de ti, las personas pueden ser fechas a tachar en un calendario, regalos estándar, colonias, pendientes, relojes de imitación, que cumplen las veces de valor de cambio con el que mantener a flote una relación esporádica, pero las fechas son números y demasiados números hemos de procesar como para incluir a las personas en una base de datos. Fíjate si me coges a contrapié que juraría que tu nombre es Sara. En cualquier caso, disfruta, alza la copa y cent'anni.

43º- Vaivén

Tengo que asociar una imagen a la palabra mareo: mar. Tengo que representar el fin de una época y escojo la cubierta de un barco, en una travesía de seis horas, con el mar por todas partes. Tengo que encontrar un motivo para volver, apenas una semana, y no desligarme para siempre, y cumplir con los que están lejos y pienso en el mar, en el pavor que produce sumergirse en él pasado de revoluciones cuando la superficie es negra y en el cielo las nubes de color anaranjado anuncian agua en el aire, el mar ha extendido sus tentáculos, su oleaje, a lo respirable. Se pregunta Baricco: ¿Dónde empieza el final del mar? Le contesta el mar tendido sobre la arena, manchando desde la horizontalidad del infinito las orillas con sal, empieza en las nostalgias que sienten las corrientes marinas de gozar por un instante de calma, finaliza en un cuerpo que cómplice lo contraría dando brazadas, bebiendo el mestizaje de direcciones que le empapan el bañador, que lo angustian porque teme haber olvidado cómo nadar.

Podemos trazar una serie de momentos culminantes usando escenas en las que el mar nos haya contemplado, espectador de la obra teatral que se desarrolla a su amparo. Porque el mar es un público agradecido que contribuye a que lo que suceda cuente con una banda sonora envidiable, el rumor de las profundidades, el susurro de transatlánticos a la deriva, de buques mercantes a los que hundió el peso de la carga. Ante el mar besamos a una niña, perdemos las vergüenzas alrededor de una barbacoa y nos mostramos tal como intuimos que somos, ante el mar lloramos porque el aeroplano vuela alto y no nos alcanza con estirar el brazo, o presas de la resaca alquilamos una tumbona, y allí fingiendo que leemos un suplemento dominical dedicamos la tarde a visibilizar lo que hay tras el tanga de la chica de la sombrilla de adelante. Claro que le damos importancia a aro pasado, despreciamos sus propiedades curativas, recordamos lo malo, las aglomeraciones, la piel escamosa, la basura que unos desaprensivos o una planta incineradora esparcen desde sus costas, maldicen el mar aquellos que lo tienen cerca.

Comprendo que es notoria mi situación, nunca en toda la vida había estado varios meses sin contemplar el mar, lo que se siente en el interior: melancolía de las formas variables. Asocio el mar y sus fines y sus inicios, a una pintura, de un pésimo aspirante a paisajista, de alguien que maneja las acuarelas como los castillos de arena se manejan con las ráfagas de viento. Conservo la pintura, una marina que capté desde un banco recuerdo que en estas fechas hace años, guardada entre otras aberraciones tratadas en témpera o cera o en técnica mixta, en el altillo del armario. Y se me ocurre que ello no tiene nada en común con lo intrínseco del mar, que hay interviene mano humana, por eso responderé a Baricco con una concha de mar, de las que se coleccionan por su exotismo e independencia, producto del flujo que el tiempo en los seres vivos, tan inertes que podríamos llegar a equivocarnos creyendo que es un cuento de niños que en su interior contengan océanos que se agotan, tan desiguales en sus formas que podemos extraviarnos pensando en las conchas y en el mar como si tuvieran dueños, como si no nos trascendieran.

42º- KGB


Escancié el licor fuera del vaso, erré con la puntería, se me pasó, estaba predestinado a ejercer la profesión de detective Método 3. Y es que la evolución está en marcha, no quedan ya “huele braguetas” como los de la Trilogía de Nueva York de Paul Auster, tampoco agentes dobles que crucen de aquí para allá el muro de Berlín, a veces orientales, a veces occidentales. Mi formación es rudimentaria, pasar las tardes de clima caluroso sentado en un escalón, viendo cómo gente que inmersa en la rutina no atiende que haya un chico que los mira mientras calma la sed con un helado de fabricación casera, vanilla, chocolate o leche y mucha escarcha, que los estudia y que va a conservar sus caras para cuando se encuentre de vuelta en la ciudad natal recabar información sobre cada uno de ellos, para tejer hilos que quizá le muestren la clave maestra con la que ligar a los personajes de una novela que se le resiste. Tengo la cátedra de entrometido, el honoris causa en la universidad de los que meten las narices donde no les importa. No obstante hay una diferencia entre la escuela que me antecede y la del detective Método 3, el detective que trabaja en Método 3 mete los dedos en el enchufe, en la corriente de las vidas que le encargan investigar, él escarba los entresijos de Internet, mi método es más transversal.

He de remontarme a cuando el futuro me ilusionaba y quería ser periodista en lugar de policía o fontanero, oficios demasiado honrados que me reportarían estabilidad y un horario fijo. Me remonto a Lucía, con la que coincido en una ponencia de sociólogos, después de pedir referencia a sus colegas que eran mis conocidos, antes de rebelarle que conocía cuales eran sus aficiones, de donde le proviene ese acento híbrido, detalles que conocí antes de cruzar intenciones con ella. Me retrotraigo a la navidad en la que acabaron las sorpresas, descubrí el juego de magia, el VHS de las aventuras del Pato Donald, el jersey de cuello alto que temí que me regalaran, los descubrí en una bolsa, en los bajos de la cama de mis padres, aun sin envolver.

La obsesión a fisgonear me delata, incluso a esta práctica la he bautizado como “hacer el padrón”, o “el tercer grado”. En mi defensa añado que el trabajar sobre el terreno, es decir, preguntar a la persona a la que ciño mis indagaciones provoca malestar, no quieren que nadie se entrometa en sus identidades, porque es peligroso que sepan lo escabroso, lo inconfesable, las multas que tienen pendientes que abonar a la administración central, el descabezado historial amoroso que has acumulado. Debido a las reticencias a mostrarse francos, a aceptar que tarde o temprano voy a componer las piezas y a dejar compacto el acercamiento hacia dicha persona, he optado por bucear en la red y extraer sus personalidades de las huellas que dejan a su paso. Sé que reaccionarían disgustados, qué me espetarían qué derecho tengo yo, que mi método parece el de un estado totalitario, lo sé, y admito admiro y recelo por igual de los servicios de espionaje, la cuestión no es espiar sino interesarse, encontrar alguien que te impacte, manera de enganchar a las chicas, manera de ocupar el tiempo de asueto. Y puesto que carezco de titulación me pongo a prueba, quiero ser un detective de Método 3, estoy esforzándome en ello, usualmente elijo al azar, introvertidos manténgase fuera de alcance, no es agradable poner en claro una existencia vacía, por esto mismo y como aviso para navegantes, es una futilidad indagar la vida del sabueso.

jueves, 27 de mayo de 2010

41º- Hipocondríaco

La miopía es hereditaria, y la hemofilia, hasta el raro trastorno de Huntington se trasmite mediante la genética. Las trabas que nos legan nuestros parientes, desde un piso de veraneo en Santa Pola a una punzada a la altura de la rodilla cuando soplan vientos cambiantes, digamos que de Levante a Poniente, forman parte del ADN. La jaqueca es hereditaria, y contraria a la lectura, y al sosiego, porque notas un peso en la nuca que arquea tu columna vertebral, y te martillean las sienes y acabas apagando el humor de perros atiborrándote de analgésicos. La claustrofobia se hereda, mi madre contribuyó a ello haciendo que subiéramos cargando las bolsas de la compra hasta un ático, la última planta de un piso con ascensor, mi madre que nunca fue afortunada en salud. Puedo asegurar sin miedo a equivocarme que lo que soy me viene de fábrica, directamente o a la inversa, asumiendo o contrariando, excepto algo a lo que escapo a la norma del linaje, soy hipocondríaco.

Los que siempre quieren quitar hierro a los asuntos desconfiarán: quiere hacer una montaña de una colina, quién no exagera el dolor, quién no multiplica los padecimientos para que lo atiendan con mimo, para sentirse querido. Pues bien, tienen su pizca de razón. Estoy convencido de que hay niños que tocan un óxido y al verse la palma de la mano con brotes de color marrón acuden raudos a sus madres rogándoles que los lleven al médico, piensan pero no lo dicen por espantar malos augurios que es cáncer. Estoy seguro de que las faltas de asistencia al trabajo se deben a imponderables y a causas mayores y no a que hay una irregularidad en medio de la espalda, un montículo que impide que te tumbes boca arriba en el sofá y que necesita el lunes, sin falta, la intervención inmediata de un especialista, especialista que te receta tilas y psicoanálisis y una dieta rebajada en grasas porque ni a tu edad la piel está libre de la repentina aparición de granos. Estoy de su lado, es una calumnia que la paella valenciana provoque prurito, que los estrenos en tres dimensiones produzcan náuseas al salir del cine, y las palomitas yagas en el cielo de la boca.

Por esto quiero saber de dónde proviene el pánico que tengo ante el dolor, el apego que le tengo a conservar la vida pese a lo poco gratificante que me resulta. Para ello he confeccionado un árbol genealógico, desde el antepasado que emigró a una isla del Pacífico como militar y que regresó a la metrópolis para compadecer ante un Consejo de Guerra, desde la rama familiar que fue diluyendo su rango de miembros de la nobleza, a los nobles don nadie que no darían crédito si les dijera que me restan unos meses de vida, que en las actuales circunstancias es inoperable, y que además reirían para luego reprenderme pues con eso no se bromea. Deseo encontrar una explicación, un remedio casero, la ataraxia del cuerpo de la que habló algún griego cuando aún no se habían inventado los sanatorios mentales. Agradecería cualquier pista por su parte, un eslabón que dote de sentido a la cadena, una cadena gruesa con la que fustigar a la enfermedad, real o ficticia, o a mis parientes, para que me tomen ya, de una vez antes que sea tarde, en serio.

miércoles, 26 de mayo de 2010

40º- Fotografía


Describe una fotografía, una en la que salgas retratado. Hazlo como si se tratase de un Matisse, déjame que te muestre: Un cielo cubierto por perfiles de montañas; en el centro, atrás, una serie de casas, fincas dispersas o un poblado de campesinos al que se llega por una carretera pedregosa; observan la luz del flash dos adolescentes, bronceados de verano, mirando desde las alturas, están a dos mil metros, están en mangas cortas, uno de ellos con la cabeza rasurada; ¿los reconoces? ¿Sabes cómo llamar a la distancia que hay entre el obturador y la escena? Tiempo transcurrido, percepción, tu percepción que fotografías una foto presionando el interruptor de la memoria, acaso seas el chico del cráneo rasurado y la camiseta roja que estropea el equilibrio de la composición no más que la desproporción de las figuras humanas, perecederas, cambiantes. Puedo decir el nombre del lugar, incluso llevarte hasta allí, al mirador que produce vértigo a los aprensivos, a la cafetería donde desayuné en la que colgaba comida del techo, con la nariz que me sangra por la sequedad del ambiente, pero por favor, no me pidas que participe.

Es inútil compilar retazos de una vida escogiendo fotografías, las vacaciones de aquel verano en la costa hieden a carne putrefacta, la de quienes han fallecido, vía natural, vía asesinato ante un juez, el rostro de efebo y el cabello donde no asoma ni una cana te han de producir pesar, aunque no eres supersticioso, las fotografías no te robaron el alma, no pueden como tampoco pueden prolongar la felicidad o ser lo suficientemente morbosas: contrapicado desde una terraza, a un tipo le asestan varias puñaladas, en la camilla tomas sus vísceras en panorámica, apenas a unos pasos del mar. No pueden y sin embargo lo consiguen, te derrotaron. Cierto que no posees cámara fotográfica, que llegaste a manejarte durante el proceso de revelado, que por si los imponderables compusiste un fresco que ayudara a entender quién eres cuando faltes, cierto que en las fotos apareces menos natural que de costumbre. Ganaron porque no bastan las palabras para fotografías, falta una cámara oscura, una iluminación que incida en el negativo y un visor de este lado, que apunte y olvide, que recuerde y cambie de álbum.

Como si trataras con un invidente, descríbeme sacando una fotografía, en la que tomo un portafolios de color azul sobre el cual se apoyan unos dedos que esconden una mirada que a su vez me está captando a mí, que pulsa su retina y en verdad me roba la cordura, porque observa, no dispongo de aparato, estoy plasmado dentro de lo temporal, te fijo junto al árbol ideal al que acudo siempre que capto un árbol, en la categoría de sonidos perdurables, entre las fotografías a las que vuelvo, las que describo para ilustrar posteriormente según me antoje.

domingo, 23 de mayo de 2010

39º- Otro(s)


Los otros son los demás, los demás son extraños, gente con las que mostrarte cauto o cercano, los demás son una elección, rechazada por eremitas, aceptada por sociopatas que no quedarán conformes hasta tener, como la canción, un millón de amigos. El tema recurrente en Sartre, en los posmodernos, en unos versos de los pocos que recuerdo de Octavio Paz: los otros que no son si yo existo, los otros que me dan plena existencia.

A los otros nunca los tomas en su totalidad, pasan el filtro de la selección y ya forman vparte de ti, te haces una idea de cómo son cuando ejercen de sí mismo, cuando no están ante los focos de la mirada ajena, de la tuya que es también la mirada de un otro. Pero ocurre que de tantos que hay discernir el grado de acierto de decantarse por un número limitado de ellos agobia y entonces los acercas hasta la punta de la nariz, los olfateas, y los aspiras, como aspiran el infierno los cocainómanos, como poniéndotelos máscara de oxígeno para pasar una vida en eterna primavera, entonces la barrera entre otro y yo, o tú y otros ha caído, tienes visado de narrador.

Y puesto que ahora con licencia para falsear la realidad vas tomando distancia de ese apático en pijama que dormita la siesta en el sofá, y que sales, bloc minúsculo en el bolsillo trasero del pantalón, lápiz entre dientes, a extirpar los posibles que en ningún mundo de al revés se desarrollan, y que no has de regresar con una chica de piel morena, a la que sacas algunos centímetros, agarrada del brazo que habría de decepcionarte, que habrá de dejarte tibio conforme la conozcas y te sea sincera, incluso aunque te mienta, ahora que emborronas y corriges las faltas, lo adecuado del contexto para un decorado muy esperado por tu parte, ahora puedes serlo(s) todo(s).

Por ejemplo, un locutor de radio aun becario, al que se le ha encomendado la tarea de transmitir en onda global el fin del mundo. Un paracaidista que es arrastrado por un huracán y que se santigua, y que cuando abre los ojos y suelta el amuleto tiene el trasero pegado a la tierra y ni una sola magulladura. El relojero de una corte europea al que se le detiene el marcapasos y que mediante una destreza de cirujano se abre el pecho en canal y extrae el producto eléctrico a fin de traicionar el oficio, engaña al tiempo, logra la inmortalidad pero olvida todo lo relacionado a su profesión. Aquella Julia, o Claudia, o Estefanía que fue cazada cuando quiso huir porque la delataron o quería ser descubierta ya que así, a costa de padecer el castigo, dejaría de ser una alguien cualquiera.

Cada día más, un otro al que de veras le importo, que crea una ficción para que la habite, que seguro permanecerá cuando yo no esté, ahí buceando en un cubo de basura, ahí en el auricular tras una línea 900, o ahí donde tú, otro, menos lo esperas.

sábado, 22 de mayo de 2010

38º- Papa, jo vull ser gallego

Y es que pese a que personalmente me presento como originario de ninguna parte, el más recóndito de mis anhelos es haber nacido en Vilagarcía o en Mosqueiros, y por ello, para que mis progenitores no se avergüencen ante esta confesión, para que en verano los conocidos no me tomen por traidor, y para desahogarme y comprobar si los poderes fácticos pueden en la medida de sus posibilidades satisfacerme divulgaré las ventajas del ser gallego:

Que tomar por verdad la magia ayuda a calmar los achaques propios del paso del tiempo, y detiene el grosor que van tomando las arrugas y la cojera provocada por los traspiés insalvables, que la magia existe y es beneficiosa por natural ya que anida en la profundidad del bosque, y en las mascaradas que se ofrecen en fiestas de la tercera edad salpicadas por olores de incienso y difícil digestión de mejillones.

Que el idioma contiene términos como “saudade” o “luar”, muy dignos de proferirse en el trance de saltar de un acantilado cuando el oleaje salpica la carretera de la costa, o cuando en verano a causa de la no adecuación a la franja horaria parece que nunca llegará a anochecer.

Que el índice de brotes cardiacos entre sus gentes es el menor que se conoce y ha conocido, pese al fatídico 13 de Mayo de 1994, pese a que la tierra no siempre produce frutas destinadas a alimentar y que al contrario envenenan, pese a lo común de creer que la impresión de habitar el fin del mundo resulta chocante al espíritu e imposibilita la paz y el sosiego.

Que al gallego nunca se le escapa la chica, digamos que a Carmiña, porque susurra cándido una lectura que no sobrepasa la interpretación conspirativa de la ilustración de portada o los datos relevantes que se extraigan de la sinopsis, y en el proceso es indiferente el aspecto que presente, bigotes y larga melena, mentón acuoso e intelecto formado por una sola circunferencia.

Que su capacidad de adaptación es camaleónica, yo mismo elucubro, tengo antepasados del Ferrol, emprendieron la marcha hacia el Sur o regresaron del Oeste tras no lograr fortuna, sin ser capaces de enfrentar la vuelta a los orígenes. Algo tengo de eso, recuerdo anotar en la agenda: hacer memoria.

Que la flema británica y el ímpetu arábigo casan, y de qué manera con el centollo y el lacón con grelos, no en vano el estereotipo inicial hubo de ser un plato cocinado a semejanza de otro que se retrotrae a una receta que debe de encontrarse en algún yacimiento de castros, detritus ya de tanto que ha llovido.

Si he de dar peso a una de las razones me inclino por la de las chicas. El día que amanezca con un “Gallego (marcando la doble l), el desayuno”, puede que deje esta pretensión mía, de natural seco y amigo del día soleado. De momento aunque parta del vacío no desisto en alcanzar el siguiente estado, el caos, o un análogo de este, la carretera entre Mugardos y Ribeira.

miércoles, 12 de mayo de 2010

37º- Pensamiento arcaico


Los signos lo evidencian, lo debaten en los diarios nacionales, se masca en el ambiente: El papel ha prescrito, ¡que le corten la cabeza!

Hubo cuando al notar la escasez de palabra acudía a una tienda de chino y compraba un cuaderno rojo, por copiar a Auster, por recuperar a las musas a las que no reprocho que dejaran de encontrarme atractivo. Hubo esa manía de componer poemas en el anverso de las listas de la compra, imposibilitando su lectura, cada letra una célula, una estrofa una pócima que curaba mis desvelos de no saber qué escribir, de no poder escribir. Hubo paseos por un parque leyendo sin escrúpulos sobre qué pensaran, armado con el libro que en caso de lluvia escondía en la gabardina, la principal causa de muerte de las novelas son los catarros. Hubo la querencia, llámalo necesidad, llámalo catarsis, de salir al trote y verme obligado a conceder una tregua a los papeles que supongo son ventilados en un cuarto en el que las luces de la lectura están permanentemente apagadas.

No me van a regalar un libro electrónico, y si lo hacen lo rechazaré, y si no lo rechazo es porque será gustoso descargar adrenalina. Absténgase por tanto, mejor calcetines, un exprimidor, un cartón de Malboro.

Te encandiló la chica a la que preguntas: ¿Tienen cierta obra de Danilo Kis?, sí esa descatalogada pero de culto, sí, publicada en el año de mi nacimiento, sí, yo también tomo con cautela las narraciones- río, sí, Manganelli convierte la anécdota en monumento conmemorativo. Hablasteis tomando té de lo decaído que está el negocio del lado de los eruditos, de los espíritus inquietos. En el presente, te dice sujetando el vaso como sujeta tu atención, funciona el boca a boca: mira, este cuenta los padecimientos de un pueblo desde la óptica de un niño, y este otro, que se da un aire a cierta serie de televisión realista te provoca un mar de lágrimas. Las bocas que no usan preservativo y así extienden la infección. Que tenga las ideas claras hace que le ofrezcas visitar tú casa, para que vea eres fiel cliente de la librería, que no compras siguiendo el catálogo de los grandes almacenes, y le enseñas el estante dedicado a Stanislaw Lem y J. G. Ballard, y ella te confiesa que no los ha leído, no le place la literatura soviética, donde se ponga una epopeya que transcurra en el sexto milenio con dragones y dinosaurios sumergidos en un lago del tamaño de una charca que se quiten las fantasías pretenciosas.

No obstante, puedo escribir a ordenador, no disponer de e- book, y rebatirme las interpretaciones delante del espejo mientras me siento incomprendido, antiguo e inútil, pero para aliviarme puedo arrancar las páginas y cubrirme del frío o hacer una fogata. Yo no he perdido la cabeza, a los demás les sorbió el seso un monitor.

martes, 4 de mayo de 2010

36º- Roturas

En casa las cosas se rompían, a los juguetes se les saltaba un tornillo y los muelles separaban el tronco de las extremidades, entonces el celofán los envolvía en un proceso de convalecencia alargado hasta que en una limpia lo desechábamos; las bombillas explotaban y la habitación permanecía a oscuras una noche, la noche en que para ir al cuarto de baño andas a tientas tocando paredes y sillas y das con el pomo de la puerta; se quiebra el cristal de la mesa de la terraza porque el sol lo ha descompuesto, debido al calor ha estallado en puntas de lanza, al apoyarte sobre él te haces un rasguño a la altura del codo; los jarrones se rompen, las compuertas del horno, las juntas que cierran la cafetera y en el microondas se derrama el desayuno, y se rompe el silencio entre las personas que están meses evitando dirigirse la palabra por una discusión que ya no saben a qué se debió, pero tuvo que tener motivos de peso, quizá gritaron e hicieron por no ceder y estuvieron por llegar a darse de hostias, y quizá los reconcilió una opinión conjunta, una crítica hacia un gazpacho poco líquido.

En todas las casas los objetos acaban en añicos, en una bolsa de basura. En las calles las señales de tráfico también sufren de muertes súbitas, el choque con un auto que va pasado de velocidades y maniobra a destiempo el giro, pero son sustituidas, como lo es el cenicero del fumador que lo estrella contra la pared al recibir la carta de despido, como lo es el trabador que tras un chequeo médico a cargo de la empresa está incapacitado para trabajar ya que le ha sido diagnosticada una larga enfermedad y cuyo asiento ocupará un prometedor empleado incluso a sabiendas de que el material altamente tóxico que maneja lo va a incapacitar al tiempo. Antes del acabado las obras de artes están rotas, en pedazos entre las ideas y conceptos del autor que las ensambla mientras inventa simbologías de porqué precisamente así, el universo mismo está cogido de un tendedero de cuerdas sueltas que en caso de sobrepasar lo que permiten las leyes de la física va a descolgarse y entre galaxias no hay mamás que avisen a papás manitas para que se armen de alicates y tuercas y arreglen el desaguisado.

En las vidas personales hay roturas por milésimas de segundo, se rompe el amor que cantó la tonadillera, se rompe el deseo por la chica rubia de calcetines verdes cuando habla y su acento te revuelve el estómago, se rompen recipientes para los cereales que contienen una recuerdo especial, la salud cuando la radiografía confiere velocidad a las manecillas que llevas atadas a la muñeca, se rompe una idea y utilizas un alfiler para rescatar el supergén del desuso y te convences de que no es el accidente lo que inutiliza sino el olvido, y que hay que cerrar el tapón porque la tendencia misma del universo es separar objetos, obligarlos a sentir nostalgia de entonces, cuando rozaron la perfección.

lunes, 3 de mayo de 2010

35º- Concentrados

Así es como el rendimiento es satisfactorio, como nuestros superiores nos catalogan de eficaces, de indispensables y quedamos a la mano derecha, supeditados al conjunto. En una cadena de máquinas, en un campo de concentración, en Birkenau. Así, concentrados, en un espacio intangible para ser verificados por agentes que controlan el nivel de humanidad, así inmersos en una tarea que requiere: 1, que demos muerte a la identidad, 2, que suplantemos el nombre por un número, en lugar de ciudadano Levi, trabajador 438, o rata de alcantarilla, o eslabón despreciable ante la nueva raza, 3, que delatemos a amigos, al psicoanalista, al cuñado que consigue el favor de tus hijos regalándoles un calco a la estación de trenes de Viena, 4, obedecer, que no requiere que lo pienses, que contribuye a la causa, que aumenta tu porcentaje de posibilidades de supervivencia.

Concentrados fueron en la ciudad que habito, 1066, en heladas tierras al oriente en el hemisferio norte, en Sudáfrica apenas cuando nací, en casuchas de arcilla, mamposterías de aceptación del destino, en una sucursal bancaria, empleada H. D., que imprime facturas y expende créditos, cuya columna vertebral sufre daños irreversibles ahora que la saludas y le pides que certifique el ingreso, y ahora que ella te advierte que has de conservar el albarán porque con una determinada cantidad por cortesía de la caja de ahorros de regalo un edredón, y ahora que le das las gracias o le lanzas improperios, porque no aprendió que la espalda tiene que sujetarse al respaldo en ángulo recto. Concentrado el escritor al que desde la redacción le exigen un texto de 100 palabras el aniversario de una carnicería, guerra justa, 100 palabras que posibilitan un lamento, 100 palabras que no bastan para una docena de nombres.

De la concentración se escapa cuando suena, al fin, la señal del día logrado, las piezas ensambladas, tus dedos burlando la severidad del engranaje mecánico. Se sale mediante “Evasión o Victoria”, con los pies por delante. La concentración se abandona en forma de virutas de humo que dejaron tras de sí la corporalidad, los gritos de auxilio de un baño en fuego. En cambio, la dispersión no se inscribe entre las dolencias de la sociedad pasada, la dispersión siempre es actual, es mi estado que voluntario, acojo, un privilegio para holgazanes liberados, de dinastía sanguínea sedentaria, bienaventurados los dispersos porque ellos serán la piedra de toque del sistema educativo. Manía que pensemos en concentrar muchedumbres, en aunar alientos para que los planetas vuelvan a órbitas circulares, manía no pensar en que en el mundo de los dispersos nada es absoluto y las claustrofobias y los suicidios en masa, y los asesinatos indiscriminados y las purgas redentoras, no existen donde la concentración es, parte, y se dirige hacia el interior.

domingo, 2 de mayo de 2010

34º- Inflexión

El libro que te cambia la vida, en mi caso “El lobo estepario”, en mi caso “El Mal de Montano”, en mi caso “Historia Argentina”. Los libros que habrán de dar un volantazo a mis planes, a los itinerarios que marco sobre un mapa por miedo a toparme con una calle de dirección única, con un control policial, con que no sé qué hacer. El libro que como al personaje de una novela de Pamuk, provoca corrimientos de tierra, ideales contenidos en cuartillas que trasladados a la arquitectura de la realidad terminan por desmoronarse, porque las placas tectónicas del párrafo, los sismógrafos de la corrección captan lo cambiante, así los libros y las lecturas no hacen saltar alarmas, no son la antesala de disturbios y saqueos, no provocan tsunamis, aunque nos inculquen que esos puedan ser sus efectos, ni siquiera el libro en mayúsculas pasa más allá de los ojos de quien lo lee.

Las personas dejan huella, los libros dejan letras; las personas las recuerdas, los libros los olvidas porque son grafías, porque aunque cercanos no llegas a interaccionar con ellos; las personas despiertan odio, recelo, rencor, afinidad, aptitudes que tenías hibernando, los libros los enlazas con sucesos que pernoctan en las habitaciones de la memoria, y acaban en un baúl, en una parcela libre que dada tu natural brusquedad ningún inquilino es tan osado para ocupar; Las personas nunca son del todo tuyas, los libros pueden seguirte en un camión de mudanza, permanentemente al alcance de tu mano.

Existen, sin embargo, esos otros libros, los que tras una noche en vela te amanecen barroco cuando anocheciste renacentista, que te hacen accesible pensar las lápidas desdibujadas del cementerio judío de Praga, que posibilitan que repares en que la chica de la frutería de la esquina pueda formar parte de un complot internacional que intenta eliminar el sabor natural de las hortalizas. Existen aunque en peligro de extinción, porque en una feria del libro una abuela prohíbe a su nieto de ocho años que compre una novela de fantasmas, impropia y nociva ante su corta edad, porque leemos los que nos recomiendan los suplementos dominicales de la prensa, que lo hacen desde luego, sin presiones externas y alejadas del amiguismo y los favores a devolver, porque yo mismo en lugar de dedicar tiempo y suerte a intentar sacudir la comodidad de mis referencias estoy hablando de ellas, cuando el placer de la lectura consiste en contenerla, en guardar silencio ante lo que sostenemos entre manos, en mi caso “La conjura contra América”, “Crónicas marcianas”, “La vida: Instrucciones de uso”. En tu caso no lo sé, quizá tomes un autobús y busques el lugar que la novela no te nombró en sus casi quinientas páginas, quizá te consumas tras una mesa de despacho y dediques la hora del almuerzo ha pasar tus impresiones a una libreta roja que completa troceas, quizá te despidas para siempre de tu amante para daros una tregua antes que ocurra lo que en el libro de Sábato, quizá lo regales a alguien, y que este alguien quede trastornado y que te lo agradezca, en cuyo caso el libro y lo que le antecede, idea, escritor, librero, habrán cumplido. La superficie permanece estática, el maremoto en las profundidades ya varió la composición aunque en apariencia las páginas del libro queden plegadas.

33º- Homenaje

Una ley no escrita afirma que los escritores no deben rebajarse a escribir sobre espectáculos atroces, los concursos televisivos de preguntas y respuestas, los peluqueros o el fútbol. A bote pronto diré que Villoro, Bolaño o Vila- Matas, por citar a tres autores que siempre estarán en mis anaqueles, tienen artículos o cuentos que tratan el tema, incluso el ortodoxo Delibes escribió durante el Mundial 90 unas crónicas que no tienen desperdicio. Desde Roberto Artl los escritores argentinos son cancheros, los españoles acérrimos seguidores del futbol total, los ingleses hinchas que padecen fiebre en las gradas de un equipo que lleva décadas sin conseguir un título aunque goce de un cartel favorable en las apuestas de inicio de temporada. Yo voy a hablar de fútbol, de los encuentros del equipo al que seguí cada domingo, al mediodía, a las cinco de la tarde, durante una década y al que ahora sigo en la distancia, el equipo que me permite recordar etapas de mi vida, el que pese a la ausencia cobró forma en la vida nueva.

Mi equipo juega en la tercera categoría del futbol español, apenas concentra un millar de aficionados por encuentro entre los cuales las dos terceras partes son gente que bordea la jubilación. Mi equipo tiene unas expectativas medias, mantener la categoría, en unas circunstancias fortuitas optar por el ascenso. Mi equipo no practica un fútbol que enganche a los aficionados, de ahí la escasez de repercusión en la ciudad a la que representa. Mi equipo es una razón suficiente para armarte con un transistor y pasar al sol dos horas mientras sobre el césped el balón es elevado mediante patadas a seguir y aun con esas perder el hilo de voz coreando un nombre del que lo único que vas a conocer es la destreza que conlleva su diestra, las extravagancias de su pie izquierdo.

Paulino, Fernando Román, Iarley, Valbuena, Orta, Quique, Pedro Pascual, Íñigo Ros, Padilla, Pedro Buenaventura, López Caro, Mauri, Yamal… Año 1994, partido contra el filial de un equipo andaluz, victoria tres a uno; esa misma temporada victoria cinco a uno contra el San Pedro, el mismo día que mi madre fue ingresada en urgencias, el mismo día en que le fue detectada una piedra en la vesícula; partido decisivo contra el Manchego, última jornada, ganamos tres a cero, no sirve el resultado porque dependemos de terceros y el tercero no pincha, nos quedamos a un paso, en la quinta plaza, año 1996, no soy el único que está a punto de mostrar debilidad, me contengo porque mi padre en pie aplaude al equipo y él de costumbre es de la facción crítica; Copa del rey contra un primera, dos a dos, el estadio hasta la bandera, nos vemos obligados a mudarnos a uno de los fondos, no pasamos la eliminatoria, el partido de vuelta es fuera de casa; partido de liguilla de promoción frente al Elche, las lunas del autobús del Elche terminan destrozadas, los aledaños del campo, un terreno pedregoso, sirven para aunar los esfuerzos de veteranos y nuevas camadas, un policía amenaza con conducirnos a comisaría, alguien le reta a que nos lleve, a que no consigue celdas para encerrar a cada uno de nosotros.

Luego mi equipo pierde un aficionado, pierde a tantos, infartos, largas enfermedades, desidia ante la repetición sistemática de objetivos y de medios, y me pierde a mí, que decido languidecer los domingos tumbado en la cama visionando películas independientes americanas, practicando sexo en los intermedios, preparando tostadas que cubro con mermelada de fresa, me pierde porque me ganó una mujer.

Durante la travesía del desierto, de estar emparejado a la separación, alguien ocupa mi lugar y me mantiene informado. En ocasiones puntuales acudo, pero mi padre tiene a su lado a quien me sustituyó, ya no es mi sitio, y no quiero molestar, elegí retirarme y hube de esperar a estar muy alejado para de nuevo formar parte.

Zamorano, Carlos Ruíz, García Tébar, Chota, Dorronsoro, Migui, Álex Fernandez, Oier… 2010, estoy a un avión y un mar del partido que disputa mi equipo, imagino el graderío, lo observo vía Internet, sentado en un sofá junto a aquel que me sustituyó, esta es la ocasión, suena la melodía del film coral “Un puente muy lejano”, gentes que llevan décadas fieles a su cita, que no disponen de auto y salen de casa con la paella todavía en proceso de digestión, imagino los improperios que le lanzan al árbitro, las uñas de los no fumadores, de los que dejaron el hábito, mordidas, troceadas a sus pies junto a cáscaras de pipa, gente que fía el humor de la semana a lo que suceda en unas medidas fijadas por la normativa de la federación, personas que permanecen allí donde yo intento estar tocando con la yema de los dedos el monitor de la pantalla y donde estoy cuando telefoneo para decirles que yo también estaba allí, que estábamos allí.

Mi equipo frente al filial de un equipo de capital de provincia, aun no ha sucedido y yo ya estoy con vosotros porque los horizontes no quedan rematados, yo estaré como estuve cuando sin consciencia de lo que sucedía me dedicaba a matar hormigas sobre el cemento, porque cualquier escritor sabe que ha de estar donde quedaron los que le rodean por muy distantes que sean sus aficiones, porque los puentes se cruzan y de ser imposible ir hacia la otra orilla me vale con observarla como lo que es, una posibilidad no tan remota.

32º- Despersonalízate


Te vas a ahorrar disgustos y consecuencias y las terribles decisiones ante senderos de jardines que se bifurcan. Nadie va a achacarte que tomes partido por una opción que cuenta con la animadversión generalizada, nadie te va a acorralar pidiendo que de adhieras a su causa, intentando convencerte, no les será necesario. Despersonalizado no has de poner resistencia, vas a entrar en la mentalidad Zen, ligero como el tallo de un junco al lado de un río, voluble, como la masa óptima de las tortitas del desayuno. Nunca pisarás un reformatorio, tampoco el presidio de máxima seguridad del estado, en su lugar rozarás la cúspide, levitarás ya que te has desprendido de la gravedad de tener opiniones y el suelo quedará cubierto por los cadáveres de los que aun sostienen creencias propias.

Los jóvenes a menudo se escudan ideas que sus padres desecharon, los adultos marchan ante recepcionistas a pecho descubierto aunque las empresas estipulan un presupuesto para dotarlos de chalecos antibalas, los ancianos gritan al televisor de la tarde, meriendan, pasean por el barrio y gritan ante el televisor que les ofrece las noticias en sesión nocturna. Las edades del hombre se suceden conforme mengua su carácter, para perpetuarse se valen de tretas: obedecen, se cuadran, discrepan manteniendo las formas, con la venia, si me permite, siento no converger con usted. Las personalidades están abocadas como los vicios a desprenderse de quien las porta, salvo en casos concretos, de cruzados que raptan a su prometida y renuncian a la herencia familiar de un piso en propiedad, salvo en ese chico que habla cinco idiomas y toma la carrera de diplomático y acaba en África traficando con armas para emular a su poeta francés de cabecera. En la etapa final de la juventud es cuando se claudica o se firma el exilio, cuando se encara o cuando se retrotrae uno a la dirección a la que sopla la opinión pública.

Y pobre de aquellos que se mantengan en sus trece, que quieran conservar su porción de trinchera porque de ellos está lleno el cementerio de los mártires, de las causas perdidas a las que guardan devoción revolucionarios, senadores incorruptibles, particulares de fuerte carácter. Y pobres los que los rodean y apoyan sus decisiones inconscientes, que encima les animan a realizarse, que los incitan a no darse por vencidos porque serán castigos por cómplices y no podrán esgrimir como atenuante que lo se limitaban a apoyarlos, que en su fuero interno nunca dejaron de condenar las acciones de esos locos que confundían molinos con gigantes y gigantes con damiselas de esas que hacen que extravíes el rumbo, con las que no compartes el lecho de derrotado ya que siempre consiguen salvarse del fuego. Y pobre el que se empeñe en sacar punta al círculo, en denunciar en un papel que incluso los rebeldes terminaron por asentarse, que los disidentes asintieron, que los sentidos no son reductibles a una fórmula y que llevan a cabo su función pese a que sean reprimidos.

Despréndete de la carga, calcina los restos, depura los vestigios que puedan quedar pegados a las paredes de tus vivencias, acepta la invitación para pasar unos días en Benidorm en un hotel de muchas estrellas con sala de masaje, conténtate con el recuerdo de una vez y si no es suficiente, cuenta anécdotas de entonces, otra de las ventajas del estado neutro es que al trasluz a nadie resultas repelente.

31º- ... Y descansó


Odio los domingos y estoy convencido de que los domingos me odian a mí. El día del descanso, el día para dormir la resaca, el día en el que sales al campo y haces una barbacoa, el día en que tu equipo de fútbol pierde el título de liga en un archipiélago al que acudiste en tu luna de miel. De adolescente leí un relato de un hombre que llevaba una vida plácida, con sus miserias y placeres para el paladar, pero que una vez a la semana tenía que apartar de la mente lo idóneo que sería matar el aburrimiento atando a su cuello una soga que penda del techo, matar el aburrimiento equivale a matar el domingo.
En inglés domingo es Sunday, el día del sol. En mi idioma particular lo contrario, echo la cerradura, corro las cortinas, acopio las provisiones de tabaco y novelas policíacas y cierro la tapadera del cubo de basura, los domingos no pasan a recogerla ni acudo yo a la llamada de afuera, a fichar como que sigo presente. No estoy ni para coger llamadas telefónicas aunque sé de quienes se exorcizan de domingo comunicando a sus parientes el devenir de sus diarios, no estoy por darme un baño de sales en una bañera que me relaje e hipnotice con las burbujas que emergen desde su fondo, mi piso posee plato de ducha con mampara. No estoy por salir a empinar el codo, evito ponerme melancólico y el alcohol no es más que un recordatorio de todo lo que nunca seré. No estoy pero el domingo persiste en los niños que juegan a las canicas en perpendicular a tu ventana, y el rugido de una moto lleva a una adolescente de vuelta a casa quince minutos pasada la hora convenida con sus padres.
He llegado a pensar de un trauma, de una obsesión por los días laborables, sin embargo constato que conservo la salud, no disfruto trabajando, y los yacimientos de la memoria me impiden dar con el cataclismo de ese primer domingo, el día en que el creador se olvido de lo que había dado a luz y su sola falta oscurece el experimento. De ser creyente me aferraría a esta premisa para sacar un porqué a mi angustia. Apunta en una libreta: qué son, qué fueron, tus domingos:

Domingo es separarse de la persona con la que quisieras permanecer y a la que pierdes de vista conforme asciende una escalera, hasta la primera planta, entresuelo lunes.


Domingo es el no tener sueño y andarte en vela pensando en que vas a lastrar el cansancio y que el domingo próximo, para evitarlo, madrugarás.


Domingo es tarea atrasada que pones en orden, labor que aplazas debido a una jaqueca que es preferible atajar visionando una producción de la BBC, 6 capítulos de media.


Domingo es una sartén llena de aceite demasiado caliente que ha prendido fuego a la cortina de la cocina y que no sabes si ablandará los techos o si intoxica.


Domingo es hoy, y dentro de siete días, el lugar que ansías para soltar las riendas de tus proyectos, la celda de la que cuando escapas sales, a través de un pasadizo, a una celda colindante, en uno de los polos de la creación.