martes, 2 de marzo de 2010

24º-Trayectos cortos


El lado positivo de vivir en una ciudad pequeña es que te vastas de las piernas como medio de transporte. La parte negativa son las historias de las que nunca eres partícipe que dos señoras que vienen de hacer la compra cuentan refiriéndose a sus descastados hijos, el roce de manos con una universitaria, de geología o de empresariales que pese al aspecto que llevas te aguanta la mirada, trayectos ascedentes, túneles tomados a la velocidad de un horario que lleva retraso a la próxima parada. Muy a mi pesar y al de mi billetera, montar en autobús presenta infinitud de ventajas.
En el fondo está el motor, que vibra, que calienta el entumecido cuerpo dando descargas eléctricas de inmediatez, al estar dentro circulas y nadie requiere que por cortesía te agaches a recogerle una tarjeta de la seguridad social que seguro dejó caer intencionadamente, miras lo cotidiano desde el ángulo que todavía te permite una corta cabezada, pegas las mejillas al cristal, balanceas el cuello atento porque está al caer la parada con nombre de pianista y el conductor no espera, tiene prohibido apartar los ojos del horizonte de su línea circular.
La verdad es que en el autobús llegas al intermedio de un puñado de vidas, la tuya la aparcas donde los carros de recién nacidos, no abres la novela que acabas de adquirir, la de tu escritor favorito, en un estante de novedades en una librería que asocias con el color verde, dilucidas lo conveniente de secuestrar el bus, que siga rondando con las puertas cerradas idéntico trayecto, para que las historias interminables triunfen ante las paradas salpicadas que desgajan el argumento, intentas ordenar un microcosmos, me falta destreza, nunca tuve dedos de pianista, las manualidades no sirven para recomponer lo que no eres.
El trayecto de un autobús no se acaba nunca, hay aprensivos que sienten mareo al desembarcar, hay quien lo hace rutinario, ocupando su plaza asignada, ventanilla central, yo rastreo dióxido, lo respiro usualmente de pie aunque los asientos estén desocupados, complejo de corta estatura, de sordera para los desenlaces. El chófer levanta la mano, ¿no era este su destino? y Lobo Antunes calla por mí, claro que desde aquí qué importa.

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