viernes, 5 de marzo de 2010

25º-Tics nerviosos


Ante la adversidad los patafísicos esgrimen una mueca. Frente a una tragedia colectiva no falta aquel que masculla que lo tenían merecido. El mismo Richard Nixon, un hombre chapado a la antigua (no le tembló el pulso al invadir Camboya) cuando le señalaban por escuchas ilegales, el Watergate, se forzaba en enseñar una alineada dentadura, cautivaba con la sonrisa, nunca pisó la carcel.
Los pedagogos de salón diagnostican: sacar la lengua mientras se lleva a cabo una tarea es sinónimo de que la persona está siendo superada por la circunstancia. Yo, que heredé lo materno, me mordía la lengua con los codos apoyados en el pupitre, llenando de números las cuadrículas de una libreta de matemáticas, evidentemente me decanté por el humanismo. Con la adquisición de otras manías, el fumar entre ellas, abandoné el tic, la extremidad que intenta echar un cable pero está coartada por su escasa extensión quedó recóndita, en la cueva de las encías sangrantes.
No recordaba que la gente sacase la lengua y la mordiese hasta que observando a distancia un juego recreativo comprobé que una chica lo hacía sin pudor. Padres que consienten, pensé, no corrigieron en su momento y ahora el contrincante sabe que flaquea, que viaja con medio cuerpo fuera de la ventanilla y que la gravedad la hará caer. Para mi sorpresa la chica resistía, era de carácter en lo físico y en lo mental, un hueso duro de roer aunque no por ello menos mordisqueado. Tomé una copa a su salud, y extrapolé la manía dándole diversas interpretaciones, hice de sacar la lengua mi cubo de rubik particular.
Pudiera ser que sacar la lengua en las situaciones de concentración fuere un acto impostura, la señal de un conciliábulo que en tiempos inmemoriales se opuso consentir que una acción les acarreara tanta actividad neuronal. En cuyo caso, supuse, en las bodas, donde se contraen responsabilidades los novios en lugar de despojarse de sus anillos habría de sacarse mutuamente las lenguas, no en vano, el apéndice corporal que los mantendrá unidos al menos durante la luna de miel. En los juzgados igualmente, jurar sobre las rasudaras lenguas la sinceridad, más creible que ante textos ficticios de indudable valor literario pero de una nula veracidad.
Y así pasé la semana, fijando las chicas que sacan la lengua en trance pues delante de ellas el esquema de hábitat feudal se les antoja cabalístico, en el supermercado, pasando códigos de barra, diez paquetes de galleta, dos tarros de mermelada... y no saqué nada en claro.
Pero no me doy por vencido, y lo escribo apoyando el cigarrillo en la hendidura del cenicero, sacándo la lengua al monitor que me devuelve el reflejo, pese a que la chica que me dejó en el aire la cuestión perdió y abandonó el local antes de que yo pudiera preguntarle en qué medida el morderse la lengua retrasó la derrota.

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