martes, 1 de junio de 2010

45º- Porque los tiempos están cambiando

Y ya no estamos en 1963 aunque en lo que respecta al progreso de la humanidad hayamos retrocedido, y Bob Dylan tuvo una etapa cristiana donde se le reveló que los villancicos no se oponen a la contracultura, y el uranio empobrecido es el oscuro objeto de deseo de los que quedaron a las puertas del Primer Mundo, y el choque de las civilizaciones suple la confrontación ideológica variando las latitudes del enfrentamiento de las estepas a los valles áridos, y quitaron las anillas al sueño que les explotó en las narices a los rebeldes que vieron así enriquecido el patrimonio que no rehusaron heredar, y las vías de comunicación pasaron del ferrocarril al avión y de éste a los cableados invisibles que orbitan sobre nuestras cabezas allá donde las escafandras posibilitan que los trajes espaciales queden fritos al amparo del brillo de una estrella, y el genero femenino subvierte el orden y clama venganza y sigue siendo misterioso aunque ocupen posiciones delanteras.

Y no tengo que ir tan lejos, y escribo cuando sé que podría dejarlo para después pero lo hago de cualquier modo y me resto horas de relax y disfruto tecleando un ordenador portátil, sacudiendo el cigarrillo en un recipiente de natillas utilizado como cenicero, y no extraño nada y no ansío imposibles y eso quizá dignifique y al menos no estoy entre corchetes o paréntesis o complejos de un porvenir sesgado por múltiples complots y puede que fantasee con frecuencia sobre impresiones de desconocidas y que caiga prendido ante la menos indicada con la que la concordancia chirría y sea suficiente mojarla en el tintero para ponerla por escrito, y siento la compañía fiel de los indispensables, Roth, Coetzee, Bolaño, Hornby, y apenas separo los labios y ello no entristece y es que las metafísicas fueron inherentes al modelo que me precede.

Y sigo fumando, y consumo alcohol, y llevo una dieta marciana y en cuanto a aspecto salgo favorecido y qué importa, y las bandas se las cedo a otros, prefiero el centro de la cancha, las aperturas de espacios imprevisibles, y cuando salgo a la calle lo hago con las manos liberadas de inmediatez y si fuera creyente creería en la catarsis, y mantengo el rango de príncipe de la redención, y veo cine en dosis controladas por la conexión a Internet que tienen contratada mis vecinos, y me doy por satisfecho con pasar la novela al ritmo de una página cada 5 minutos, y prometo que he de hincar el diente a Daniel Sada, a los complementos que la fortuna quiere presentar apetecibles vistiendo con sandalias de esparto la consecución de un destino aleatorio, y quiero proseguir y me detengo por hoy, tan lento y veloz, y tan 2010 y tan Mark Knopfler, y tan kilogramo de picota que basta de recordar de donde provengo o hacia qué me dirijo.

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