lunes, 12 de abril de 2010

27º-Apuestas


Hasta 1976 las apuestas eran ilegales en Atlántic City, y lo entiendo, guarda a las gentes de lo que pueda causarles mal. Porque apostar es una acción que requiere cabeza fría y la intempestiva del todo o nada apetitosa para la fortuna que a menudo nos esquiva conduce a la bancarrota, la trifulca conyugal o la exención de pago. El futbolista que se torció el tobillo rabia de dolor y alguien en la grada masculla al espectador que se sienta a su derecha: Ves, apostaba lo que fuera que abandonaba el campo en camilla, estaba por ver cuánto duraba.
Nunca sale la totalidad indemne en lo que rodea a una apuesta, no sólo apuestas lo que sucede, también apuestas lo que pudo haber sido y no es. Un caso, estás en casa con una manta que te cubre por la cintura y en televisión pasan una película de terror adolescente, a ti que el género te parece simpático a la vez que ridículo se te ocurre romper la intriga y predices que la primera muerte será la de la chica rubia tonta. Apuestas a caballo ganador, tienes unos amplios conocimientos fílmicos y la lengua salada tras el consumo de un cuenco de palomitas. Digamos que apuestas tres euros, sucede sin embargo que tu compañía, llámala novia, llámala ligue eventual, llámala perro (sin dobles acepciones), te mira de reojo porque es una puritana que nota en ti inclinaciones hacia las máquinas tragaperras, porque te has empeñado en ver una película intrascendente cuando ella tiene por fetiche al diréctor de cine Manoel de Oliveira o porque la condición natural de sus cuerdas vocales apenas le alcanzan para ladrar. Apuestas y nadie te replica, luego no tienes nada que perder y si además aciertas esbozas una sonrisa de bobo, la chica rubia apuñalada en la ficción, en ese aborto fílmico que te distrae, ha sido torturada y acuchillada manchándote a ti que estás de este lado de la pantalla. ¿Y si fuese real?
Imagino a Charles Bukowski dando tumbos entre los asientos de un hipódromo con la clave para salir con la billetera hinchada, calle 5- calle 2, en ese orden, lo que le diferencia del apostante es que lo hace trabajo, no se da un suspiro y tienta a la suerte, él está hermanado con la fortuna que le ha chivado los designios que han de venir, o se convence de ello ya que es un buscavidas al que la pereza le priva de una columna semanal en un diario de Massachusetts donde las apuestas están restringidas a locales con autorización expresa, es decir capaces de sobornar a las autoridades competentes. Lo imagino y pienso en ludópatas que llegan al paroxismo de visionar Scream y Halloween en grupo jugándose el brazalete que ganaron a un fullero en un casino de Mónaco a que el rector de la universidad es el asesino, y entonces sí, les recomiendo que se lo hagan mirar, que los trate un especialista, o al menos que el que programa las películas que ponen en televisión no se muestre crupier impecable.

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