lunes, 12 de abril de 2010

28º-Invasión


No es necesario disponer de espíritu polaco para sentirse invadido. No tengo intención de ofender a los polacos, ni de paso tampoco a los catalanes, pero me temo que quedarán como un pueblo asolado por cruzadas, guerras relámpago y desde ahora accidentes aéreos. Están invadidos por alemanes desde occidente, por soviéticos desde oriente y por lo que desvele esa caja negra sea fallo técnico o humano. Pero de invasiones sabemos, la de los ladrones de cuerpo, las invasiones bárbaras, la de una célula cancerígena que persevera hasta infectar la mayoría de las 75 trillones de células que componen el cuerpo humano lo que no nos deja otra salida que claudicar.
Qué remedio, aprende a convivir con los invasores, evita ponerlos entre la espada y la pared si no quieres que cuando se volteen las tornas ellos te tengan de rodillas implorándoles una tregua que en ventaja no te piensan conceder. Ricardo Piglia lo relata a la perfección en el cuento que describe la primera noche en una celda para un preso al que toca compartir suelo, la comodidad de una cama no casa con el confinamiento, con otros dos reclusos. Cuando el nuevo, el invasor, entorna los párpados se detiene en que sus compañeros forman un único cuerpo, que ambos se enlanzan sobre el piso como en escalera de caracol, entonces él, al que el sigilo del deseo no va a enturbiar el sueño se siente invadido, el mismo día en que para dos extraños fue el elemento de discordía como cualquier novedad que nos es impuesta.
En este siglo que nos toca vivir las invasiones son subliminales, infecciones trasmitidas por el boca a boca, la publicidad de las vallas de carretera, la radio del vecino cuyos decibelios te atronan el tímpano hasta el punto en que terminas por tararear la música que envuelve el anuncio de una encimera. La invasión inmutable es la del cansancio. El tedio o el hastío penetra las defensas y acampa en la fortaleza ajena, corta la circulación de las extremidades inferiores, impide que te pongas en pie, forma un maremagnun allá tras el bastión del cráneo. Su ocupación no es definitiva salvo en casos de depresiones que impulsan al suicidio, o a lo quinta columnista en neuróticos que varían periódicamente de forma de gobierno. De ello extraigo que las invasiones aunque periódicas tienen un happy end, solemos olvidar que nunca todos pierden, y que el reo mañana volverá a su papel de invasor de la intimidad de los amantes, y que puede que Polonia renazca de veras democrática después de la conmoción, incluso que nos toque a nosotros invadir desde las ciudades limítrofes con África el otro continente, aquel del que ahora nos defendemos con anticuerpos uniformados a cargo del estado y con vallas electrificadas y con guardias costeras que patrullan el Mediterráneo, esa charca que a unos ahoga y a otros les sirve para levantar edificaciones a pie de playa.

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