miércoles, 27 de enero de 2010

5º- País


Acostumbra Rodrigo Fresán a decir cuando le preguntan por su país, si es México, o Argentina o España, que su identidad está inscrita en cada uno de los volúmenes de su estantería, que su patria es su biblioteca.
Salvo excepciones de fervor popular compartido, arrebatos debidos a los torneos de futbol por selecciones en año par, quisiera compartir esa idea, la de tener las raices en el papel y el génesis en las frases impresas. Quiere la casualidad que el azar hiciera que alquilara un piso donde el propietario, como entretenimiento, había llenado las paredes de estantes construídos por su propia mano.
Pero los libros no son materia portable, y los voy trayendo a cuentagotas, y los libros, algunos rebeldes, se muestran ariscos y temo que vayan a dejar mi custodia. Supongo que con una transfusión bastará, prolongada sí, porque reemplazar el ADN requiere un tratamiento que necesita de sesiones periódicas y una labor de arqueólogo en librerías de viejo con especial atención a la sección novedades; porque ¿que hay más placentero que ordenar por fecha de publicación, por orden alfabético, por autor o por género, esos cientos, qué digo, millares de páginas que nunca volverás a releer?
Mi biblioteca y yo estamos en un periodo de transición, vamos a dejar atrás muchas experiencias, conservaremos lo esencial, olvidaremos lo que quedó en el trance, fingiremos que nos volvemos a conocer. Ella (perdonen que la nombre femenina, las bibliotecas están más allá del género) acumulará polvo sobre sus cubiertas, yo la miraré orgulloso, en exceso materialista, por conservar pese a lo mutable de las circunstancias su compañía, y durante los años que dure conservaré el pulso intacto, acaso el corazón se me detenga, me seguirá cubriendo las espaldas, porque se me olvidaba advertir que las bibliotecas se sienten placenteras si no se las observa de frente.

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