jueves, 19 de agosto de 2010

57º- Todo de ti


Nicole es lo que tú y yo calificaríamos como una mujer 10. Sin embargo he de precisar que no es un portento al uso, no se parece a una de esas despampanantes imitadoras de Bo Derek que abundan por las playas cristalinas de Cancún trayendo de cabeza a solteros que desde sus hamacas degustan una caipirinha, no, Nicole no es rubia ni tampoco su figura está esculpida en un gimnasio, lo suyo es natural. Una vez le pedí que me esbozara su biografía en una servilleta y se limitó a escribir: nací envuelta en la suerte y hasta el presente sigo tocada por la fortuna. Ya te vas haciendo una imagen, pero es justo que sea preciso y que no le escatime méritos, cuidando claro, no desbarrar y componerle un panegírico, ya que las chicas como Nicole soy muy dadas a atribuirte intenciones que no tienes por más que perjures, y las entiendo, de tener la posibilidad de descender una escalinata y que todos los ojos se detuvieran para clavar la mirada en ti, para inundar la sala de exclamaciones, para endiosarte entre murmullos que van desde el cumplido hasta el comentario soez, si los demás a tu lado quedaran relegados ¿saldrías de la escena ruborizada? En ese aspecto Nicole no tiene nada de especial.

El pensamiento humano compartimenta los conocimientos, los divide en áreas conforme los percibe, y a los cánones de belleza los confronta con la intelectualidad. Siguiendo estas teorías Nicole no debería de recitar en su idioma original a T. S. Eliot ni sentir el vello del brazo erizarse al oír a Simon & Garfunkel, pero a veces sobreestimamos las conexiones que sacamos al comparar lo que conocemos y por lo mismo a veces nos trastoca contemplar un cisne negro, nos asusta porque la realidad del revés es menos realidad, casi una anomalía para la que no nos prepararon y tenemos que frotarnos los ojos y aguzar el oído, y en efecto, es un extracto de La Tierra Baldía. Por una ocasión, y sin que sirva de precedente, erraste en la impresión inicial. Permíteme que te la describa, Nicole es morena aunque el cabello lo lleva a la altura de la vértebra que le sostiene una interminable espalda en la que se distribuyen ordenadamente una serie de lunares que podrían ser una constelación aun pendiente de ser descubierta. Nicole sonríe a menudo y lo hace estrechando las facciones de su cara, remarcando el mentón que de trazarle una perpendicular a lo largo encontraríamos que coincide con el final de la uña de su dedo gordo del pie. Nicole respira sin que se le note, incluso cuando intenta reponerse tras un esfuerzo extenuante no te percatas de que se encuentre a tus espaldas lo que te induce a sospechar que quizá sólo sea obra de tu imaginación, una manera de llenar los huecos muy lograda, el prototipo que no has tenido otro remedio que inventar alternando extractos de modelos imperfectos. El Señor Patata en manos de un crío de cinco años que mezcla rasgos de aquellos adultos que le hacen carantoñas.

Pero Nicole existe, y no me serviré para atestiguarlo de la prueba de Descartes acerca de Dios. Tampoco de una fotografía, dudo que me atreviera a retratarla. Nicole, y a estas alturas de la narración comprendes como si ella fuera la que se describiese a si misma, está en todas partes y en ninguna, es volátil musa de escritores asexuados, es la transeúnte a la que desde un andamio le dirigen piropos que suenan a canción desesperada, es la quimera de un adolescente que conoce los diálogos de todas y cada una de las películas de Isabel Coixet. Si te encuentras con ella en plena calle la reconocerás a simple vista, acuérdate, camina como cualquiera, examina de lo que le rodea lo que le resulte llamativo, puede en casos de extrema necesidad cruzar aun estando el semáforo en rojo, no posee una cualidad inherente que la resalte entre multitudes ni la desea. Por eso mismo, a Nicole, en aquella ocasión en la que me transcribió su ser en una servilleta le contrarié al reverso: suerte, y eres plenamente consciente de ello, de permitirme saber que te encuentras entre nosotros.

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