domingo, 15 de agosto de 2010

56º- Cuando ella era buena


A la chica, ponle nombre: Natalie, el estrés la está matando, tiene los pómulos hundidos, las pupilas dilatas y el tabique nasal exageradamente ancho. Tiene problemas. Incluso agotada le cuesta conciliar el sueño. Intenta para paliarlo contar ovejas que saltan un paso a barrera para ser atropelladas por un tren que no se percata de que centenares de ovejas cruzan de un lado a otro la imaginación, intenta leer una novela que le ha recomendado su madre, algo relacionado con la inestabilidad y cómo afrontarla, un manual para divorciadas que aceptar poner en la mesita de noche por si lo suyo estuviera relacionado con la soledad. No resulta. Natalie manejó una amplia gama de posibilidades que fue agotando, le resta la marihuana como calmante, los programas de televisión nocturnos como compañía y las salidas a una pista de baile de una discoteca en donde aunque demacrada le sobrarán proposiciones. Viste un traje rojo de una sola manga, lleva el hombro izquierdo al descubierto y mira en todas las direcciones sosteniendo una copa mientras simula que sigue el ritmo de la música, su aspecto resulta conmovedor, más si cabe, al conocer como yo sé al verla a unos metros de distancia, que es inminente la curación de sus desvelos. Natalie mueve las caderas en un local que está por cerrar deseando que la última nota de la canción sea un chasquido de dedos que la haga entrar en trance para así por fin, descansar.

Sin embargo tendrá que esperar un poco, desembarazarse de el joven que notándola aterida le lamió el antebrazo y que ahora le busca la lencería en el triángulo de la pelvis tras haberle desabrochado antes la hebilla del sujetador. Ese joven que apenas se tiene en pie y que en condiciones normales nunca se atrevería, nunca lo haría a pelo, con el pantalón parcialmente bajado a altura de las rodillas, en un asiento cara a los yates que flotan sobre los gemidos del mar. Piensa este joven que sólo un esfuerzo y lo consigue, que ya podría ella poner de su parte, piensa en el almuerzo que tiene mañana en el que se celebra que su novia haya aprobado las oposiciones que convocaba la administración, piensa en que seguro, dada lo incómodo de la posición, tendrá que soportar un desagradable dolor de riñones sin rechistar. Natalie claro está, no ejercita el raciocinio, fuera del tiempo no huele a sexo, tampoco existen sensaciones como la vergüenza o el arrepentimiento. Ni disfruta ni padece. Incrementa la velocidad queriendo acabar cuanto antes, él sonará satisfecho, ella posiblemente deba contener una ráfaga de vomito que le rebosa desde el asco. Quisiera soltar la bilis, empaparle la camisa de líquidos que se mezclaron al igual que cada sábado, nada más intercambiar fluidos bucales el desconocido, que ahora sí, acompasa la respiración y suspira orgulloso.

Rechaza el ofrecimiento de él de acercarla a casa, prefiere pasear y que la brisa le despeje el llanto que retiene allí donde los techos que le cubren el ánimo gotean. Le encantaría que su vida fuera un reality para que los televidentes eligieran en su lugar lo entre una serie de opciones: A) Ingiere una infusión y se acuesta; B) Se citan para una próxima ocasión menos esporádica; C) Da un paso en falso cae al agua sin saber nada, sin querer nadar, y termina en una sala de autopsias con el vientre hinchado y su largo pelo cubierto de algas, modelo Caravaggio. Natalie toma el auricular del teléfono, me llama para decirme que el doctor que sigue su caso ha dado con la tecla, bajo nivel de serotonina, pero me lo cuenta como si la noticia sólo refrendara lo evidente y que para nada fuera a cambiar las cosas. Le han recetado prozac, y le recomiendan que se serene y adecue la rutina a sus preferencias. No le hará caso, ellos qué saben si nunca la sostuvieron entre los brazos ni le susurraron obscenidades al oído, qué saben de curaciones, el remedio no está en sanar sino en convivir como puedas con el dolor. Pese a lo cual me domino. Desearía que probara con la medicina alternativa, pero ella me tiene en consideración como cronista, las píldoras se las proporcionan otros tipos.

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