sábado, 21 de agosto de 2010

59º- Prueba superada


La reconciliación se hizo de rogar, pero uno de los litigantes dio muestras de flaqueza, y el otro dejó en el camino una personalidad, con lo que hoy van a enterrar las rencillas y a cubrirlas, si fuera necesario, de la arena que tendrá sabor a una partida acabada en tablas. La lucha parecía no tener fin, las acusaciones subían de tono, los juramentos y la cabezonería entorpecían cualquier atisbo de acercamiento propiciado por terceros que comprobaron que ir armados de buenos propósitos no era suficiente para concertar una paz o al menos para que la tregua disolviera los bandos que durante la prolongada guerra ambos contendientes habían agrupado en torno suyo. Paula, aprieta la colilla en el cenicero y se convence de estar dispuesta, ha llegado su turno de mover ficha, ella es quien ha dejado de ser quien fue cuando sonaron las cornetas y rompió los lazos que la unían con aquello que tacharía de enemigo. Respira profundamente, traga saliva, comprueba que el pantalón lo lleva a una altura que no denote dejadez, ha de ir presentable ya que de lo contrario un síntoma de debilidad la dejaría expuesta a pesar de que la resolución le ha tocado en campo propio. Sabe que las miradas estarán puestas en la sinceridad que destilen sus gestos, debe evitar el aspaviento y la sobreactuación, se ha inclinado por la normalidad de un saludo coloquial, como si al ayer de las mareas en calma no lo hubiera alterado una tormenta capaz de dar al traste con una armada invencible, capaz de volcar un acorazado que flotara en las aguas de una piscina. Paula va a tragarse el orgullo, a la hora de pedir perdón con las intenciones basta.

El universo que la contiene ha variado desde entonces. Sufrió de remordimiento nocturno, perdió propósitos, aunque nunca se estancó en el pasado y promovió las remodelaciones profundas. ¿Para qué un lavado de cara, una capa de pintura, si la estructura estaba deteriorada? Los parches, lo comprobó dejaban al descubierto una herida que podía infectarse, era preferible adaptar en lo que pudiera y dejar correr el recuerdo en vez de rebobinar la imagen, nunca obsesionada por aparentar serenidad, nunca de rodillas claudicando, nunca, tampoco, estática en el preciso instante en que mandó un manojo de posibilidades al garete. Paula esperaba en la caja de un supermercado vaciando el carro de productos cuando sintió una fisonomía inquietante que la retaba a mantener la ficción de que las colisiones no provocan ondas expansivas que devastan la naturaleza de personas que se mantuvieron neutrales, sintió un escalofrío y dejó caer al suelo un tarro de mermelada descubriendo que la sangre derramada puede ser dulce pero que en superabundancia te impedía obtener matices en el paladar. A Paula las encías le sangraban al rozarlas con la almohada, al frotarlas con el cepillo de dientes, conoce esa sensación, el hierro del que presumen estar echas muchas personas sólo es sangre que se disemina aunque no lo noten y crean que la obstinación es una cualidad magnífica, cansa despertar intentando mantenerte a duras penas en la superficie de un charco de hemoglobina.

A Paula la reacción del contrincante la deja de piedra, si alguien que no conociera el asunto los contemplara lo que menos sospecharía es que ahí tiene una fricción resulta en positivo. No hizo demasiado, ni una reverencia, la cuestión era ingerir el proceso contentándose con que en la cárcel del inconsciente hay un intercambio de reos, justo lo que a Paula no le inquieta puesto que ella ya es otra, Paula es la ligadura que tiene con el pasado y son unas letras que suenan distintas a como sonaban antes, suenan a empezar ya no desde cero, a tomarle el hilo a la vida, a relanzar lo que creyó cortar de raíz. Y lo que piensa Paula, lo que está pensando, es que palabras como honra solo tiene sentido usarlas si eres el protagonista de un western, y piensa que ella por fin se ha caído del caballo.

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