jueves, 15 de julio de 2010

51º- Ante la desgracia


Dice un proverbio chino que el que sonríe en vez de enfurecerse es el más fuerte. Estoy completamente de acuerdo, no puede el preso quedar en libertad por agitar los barrotes en la noche o empujar una de las cuatro paredes que lo contienen, no puedes forzar a nadie a hacer algo que no le apetezca, al menos no durante un tiempo prolongado, sin que asomen la rebeldía y la desobediencia, no puedes vivir eternamente ni cruzando por el paseo de peatón o comiendo sólo productos naturales o haciendo ascos al tabaco y al alcohol. Hay atolladeros en los que el más persistente acaba agotado y desiste y marcha desencantado hacia otro reto, imponderables, como el de que las mujeres que velen nuestra antesala del sueño definitivo serán aquellas que nunca sostuvimos entre los brazos. Ley de vida, el peso de lo que nunca hicimos supera al de los objetivos logrados.

Este es un pensamiento derrotado, que bajó los brazos antes de que sonara la campana, que desde el quinto round desea arrojar la toalla o que cavila desprotegerse el rostro para que la adversidad le haga besar la lona. Pensamiento de al mal tiempo buena cara. Por el que te decantas cuando el calcetín de la vida sale del revés del centrifugado y el dibujo se esfumó y no sabes cual es el derecho del que lo tienes que colgar en el tendedero. Esta es mi actitud, y cumple una función beneficiosa incluso para los que me rodean siempre y cuando sean capaces de soportar la ironía con la que cubro la acidez de estómago de un hartazgo que nos es común. Era en Magnolia, la película en la que música e imagen transmiten dolor a partes igual, donde uno de los personajes, el anciano moribundo, afirmaba que la vida es como un chiste sin gracia, largo, que te tiene en vilo porque estás esperando coger el hilo para soltar la carcajada, un chiste que todos entienden menos tú, puedes escoger: fingir que lo captas y reírte a mandíbula batiente o dejar a las claras que no tiene ninguna gracia segregar por etnias para conseguir la mofa, o puedes tomar la vía intermedia, continuar el chascarrillo pero llevándolo a tu terreno y dotarlo allí de humor, complementándolo, haciendo tuyo lo ajeno, que no es robar, que no denota falta de consideración, aunque una dosis de cinismo sí, añadiendo un tono dulce y agrio que lo haga al menos audible.

Pensamiento de los que están de vuelta de todo, porque no lagrimeas por convención, porque no le entras al trapo a las plañideras, en los entierros acudes al velorio, das el pésame a unos cuantos desconocidos y al ver una ambulancia que viene a recoger a una de las familiares que cayó desmayada te sientes cómplice del fallecido, aguantando la obsesión de espantar los contratiempos desde el ataúd sobre el que dejan caer un pañuelo para después sepultarlo de arena y ahí queda eso. Lo que pase pasará pese a que nos empeñemos, gracias a la providencia no tenemos el poder que se requiere para detener lo inevitable a nuestro antojo, habría que redefinir conceptos como positivo o negativo, como buena suerte o suerte a secas. Es posible que haya transitado sin demasiado sobresalto, posible aptitud de complacencia ante la desdicha, pero es que la cuestión es derramar el vaso, esperar a que se evapore o beberlo y está claro: Yo (o tú) prevalezco.

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