
Antes megalómano que melómano. Decía Kundera que la música clásica anterior al movimiento dodecafónico ascendió a los cielos del arte porque se la comparaba con la música moderna, los defectos engrandecieron unas contadas virtudes después de comparar. Recuerdo cintas de casette, de cantautores, de géneros impuros, muy étnicos, rock de bajos fondos, la cultura del flamenco minoritario, el pop que en mi país (no tengo la suerte de ser hijo de
¿Quién no tuvo un encuentro con la “otra persona”, compartiendo el vello erizado al oír a Calamaro decir “yo te prometí hacer deporte pero era una mentira para robarte un tal vez”, si me apuras flotando entre las cuerdas de la guitarra de Hamlet, si eres atrevido y la protesta de la canción no entorpece el momento? La música une a desconocidos en un concierto para el que recorrieron kilómetros de carretera y cuya duración en buena lógica no merece tales esfuerzos. La música de los chicos de Liverpool, o del director de cine Emir Kusturica, sonando en una tienda en Benarés o en tu casa, desde equipo de música al que podrías dar pasaporte para ganar espacio. La música que le pones a un niño, el sonido de una armónica que no tiene porque tocarla nadie apellidado Dylan, la música particular, la que tiene parentesco con un instante culminante o con un lance que desearías borrar de la memoria. ¿Quién no tararea una canción que no oye desde la adolescencia y queda inmerso en unas líneas de pentagrama que quemó el olvido o su coetáneo, la inercia de ir hacia delante.
Alguien me dijo: lo que contiene una canción que rara vez lleva aparejado una poesía, es que la canción no la piensas, la música te vibra, el poema lo entiendes o no. Mediante la música no te enamoras de la existencia, en cambio tumbado en la cama contando el granito del techo, extasiado con el piano de Light my fire de The Doors, selectivo porque con el sonido debes de serlo, basarte en las preferencias, en el patrón que los años y las situaciones actualizan, al tiempo que atemporal, la música, el sonido y las sensaciones que producen no los contiene el intelecto, forman parte de la vivencia, a la que incluso provocan dotándolas de un estilo pausado o electrizante, inciden en quién eres como lo haría una persona, la música como voz colectiva, que desconoce los cambios de estación, nunca la desechas en Abril, nunca dejas de reflexionar, por ceñirme a un ejemplo, sobre cuales son las cinco canciones de amor ideales para un lunes desaprensivo, que se empeña siempre en regresar.
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