lunes, 3 de mayo de 2010

35º- Concentrados

Así es como el rendimiento es satisfactorio, como nuestros superiores nos catalogan de eficaces, de indispensables y quedamos a la mano derecha, supeditados al conjunto. En una cadena de máquinas, en un campo de concentración, en Birkenau. Así, concentrados, en un espacio intangible para ser verificados por agentes que controlan el nivel de humanidad, así inmersos en una tarea que requiere: 1, que demos muerte a la identidad, 2, que suplantemos el nombre por un número, en lugar de ciudadano Levi, trabajador 438, o rata de alcantarilla, o eslabón despreciable ante la nueva raza, 3, que delatemos a amigos, al psicoanalista, al cuñado que consigue el favor de tus hijos regalándoles un calco a la estación de trenes de Viena, 4, obedecer, que no requiere que lo pienses, que contribuye a la causa, que aumenta tu porcentaje de posibilidades de supervivencia.

Concentrados fueron en la ciudad que habito, 1066, en heladas tierras al oriente en el hemisferio norte, en Sudáfrica apenas cuando nací, en casuchas de arcilla, mamposterías de aceptación del destino, en una sucursal bancaria, empleada H. D., que imprime facturas y expende créditos, cuya columna vertebral sufre daños irreversibles ahora que la saludas y le pides que certifique el ingreso, y ahora que ella te advierte que has de conservar el albarán porque con una determinada cantidad por cortesía de la caja de ahorros de regalo un edredón, y ahora que le das las gracias o le lanzas improperios, porque no aprendió que la espalda tiene que sujetarse al respaldo en ángulo recto. Concentrado el escritor al que desde la redacción le exigen un texto de 100 palabras el aniversario de una carnicería, guerra justa, 100 palabras que posibilitan un lamento, 100 palabras que no bastan para una docena de nombres.

De la concentración se escapa cuando suena, al fin, la señal del día logrado, las piezas ensambladas, tus dedos burlando la severidad del engranaje mecánico. Se sale mediante “Evasión o Victoria”, con los pies por delante. La concentración se abandona en forma de virutas de humo que dejaron tras de sí la corporalidad, los gritos de auxilio de un baño en fuego. En cambio, la dispersión no se inscribe entre las dolencias de la sociedad pasada, la dispersión siempre es actual, es mi estado que voluntario, acojo, un privilegio para holgazanes liberados, de dinastía sanguínea sedentaria, bienaventurados los dispersos porque ellos serán la piedra de toque del sistema educativo. Manía que pensemos en concentrar muchedumbres, en aunar alientos para que los planetas vuelvan a órbitas circulares, manía no pensar en que en el mundo de los dispersos nada es absoluto y las claustrofobias y los suicidios en masa, y los asesinatos indiscriminados y las purgas redentoras, no existen donde la concentración es, parte, y se dirige hacia el interior.

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