miércoles, 12 de mayo de 2010

37º- Pensamiento arcaico


Los signos lo evidencian, lo debaten en los diarios nacionales, se masca en el ambiente: El papel ha prescrito, ¡que le corten la cabeza!

Hubo cuando al notar la escasez de palabra acudía a una tienda de chino y compraba un cuaderno rojo, por copiar a Auster, por recuperar a las musas a las que no reprocho que dejaran de encontrarme atractivo. Hubo esa manía de componer poemas en el anverso de las listas de la compra, imposibilitando su lectura, cada letra una célula, una estrofa una pócima que curaba mis desvelos de no saber qué escribir, de no poder escribir. Hubo paseos por un parque leyendo sin escrúpulos sobre qué pensaran, armado con el libro que en caso de lluvia escondía en la gabardina, la principal causa de muerte de las novelas son los catarros. Hubo la querencia, llámalo necesidad, llámalo catarsis, de salir al trote y verme obligado a conceder una tregua a los papeles que supongo son ventilados en un cuarto en el que las luces de la lectura están permanentemente apagadas.

No me van a regalar un libro electrónico, y si lo hacen lo rechazaré, y si no lo rechazo es porque será gustoso descargar adrenalina. Absténgase por tanto, mejor calcetines, un exprimidor, un cartón de Malboro.

Te encandiló la chica a la que preguntas: ¿Tienen cierta obra de Danilo Kis?, sí esa descatalogada pero de culto, sí, publicada en el año de mi nacimiento, sí, yo también tomo con cautela las narraciones- río, sí, Manganelli convierte la anécdota en monumento conmemorativo. Hablasteis tomando té de lo decaído que está el negocio del lado de los eruditos, de los espíritus inquietos. En el presente, te dice sujetando el vaso como sujeta tu atención, funciona el boca a boca: mira, este cuenta los padecimientos de un pueblo desde la óptica de un niño, y este otro, que se da un aire a cierta serie de televisión realista te provoca un mar de lágrimas. Las bocas que no usan preservativo y así extienden la infección. Que tenga las ideas claras hace que le ofrezcas visitar tú casa, para que vea eres fiel cliente de la librería, que no compras siguiendo el catálogo de los grandes almacenes, y le enseñas el estante dedicado a Stanislaw Lem y J. G. Ballard, y ella te confiesa que no los ha leído, no le place la literatura soviética, donde se ponga una epopeya que transcurra en el sexto milenio con dragones y dinosaurios sumergidos en un lago del tamaño de una charca que se quiten las fantasías pretenciosas.

No obstante, puedo escribir a ordenador, no disponer de e- book, y rebatirme las interpretaciones delante del espejo mientras me siento incomprendido, antiguo e inútil, pero para aliviarme puedo arrancar las páginas y cubrirme del frío o hacer una fogata. Yo no he perdido la cabeza, a los demás les sorbió el seso un monitor.

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