viernes, 28 de mayo de 2010

42º- KGB


Escancié el licor fuera del vaso, erré con la puntería, se me pasó, estaba predestinado a ejercer la profesión de detective Método 3. Y es que la evolución está en marcha, no quedan ya “huele braguetas” como los de la Trilogía de Nueva York de Paul Auster, tampoco agentes dobles que crucen de aquí para allá el muro de Berlín, a veces orientales, a veces occidentales. Mi formación es rudimentaria, pasar las tardes de clima caluroso sentado en un escalón, viendo cómo gente que inmersa en la rutina no atiende que haya un chico que los mira mientras calma la sed con un helado de fabricación casera, vanilla, chocolate o leche y mucha escarcha, que los estudia y que va a conservar sus caras para cuando se encuentre de vuelta en la ciudad natal recabar información sobre cada uno de ellos, para tejer hilos que quizá le muestren la clave maestra con la que ligar a los personajes de una novela que se le resiste. Tengo la cátedra de entrometido, el honoris causa en la universidad de los que meten las narices donde no les importa. No obstante hay una diferencia entre la escuela que me antecede y la del detective Método 3, el detective que trabaja en Método 3 mete los dedos en el enchufe, en la corriente de las vidas que le encargan investigar, él escarba los entresijos de Internet, mi método es más transversal.

He de remontarme a cuando el futuro me ilusionaba y quería ser periodista en lugar de policía o fontanero, oficios demasiado honrados que me reportarían estabilidad y un horario fijo. Me remonto a Lucía, con la que coincido en una ponencia de sociólogos, después de pedir referencia a sus colegas que eran mis conocidos, antes de rebelarle que conocía cuales eran sus aficiones, de donde le proviene ese acento híbrido, detalles que conocí antes de cruzar intenciones con ella. Me retrotraigo a la navidad en la que acabaron las sorpresas, descubrí el juego de magia, el VHS de las aventuras del Pato Donald, el jersey de cuello alto que temí que me regalaran, los descubrí en una bolsa, en los bajos de la cama de mis padres, aun sin envolver.

La obsesión a fisgonear me delata, incluso a esta práctica la he bautizado como “hacer el padrón”, o “el tercer grado”. En mi defensa añado que el trabajar sobre el terreno, es decir, preguntar a la persona a la que ciño mis indagaciones provoca malestar, no quieren que nadie se entrometa en sus identidades, porque es peligroso que sepan lo escabroso, lo inconfesable, las multas que tienen pendientes que abonar a la administración central, el descabezado historial amoroso que has acumulado. Debido a las reticencias a mostrarse francos, a aceptar que tarde o temprano voy a componer las piezas y a dejar compacto el acercamiento hacia dicha persona, he optado por bucear en la red y extraer sus personalidades de las huellas que dejan a su paso. Sé que reaccionarían disgustados, qué me espetarían qué derecho tengo yo, que mi método parece el de un estado totalitario, lo sé, y admito admiro y recelo por igual de los servicios de espionaje, la cuestión no es espiar sino interesarse, encontrar alguien que te impacte, manera de enganchar a las chicas, manera de ocupar el tiempo de asueto. Y puesto que carezco de titulación me pongo a prueba, quiero ser un detective de Método 3, estoy esforzándome en ello, usualmente elijo al azar, introvertidos manténgase fuera de alcance, no es agradable poner en claro una existencia vacía, por esto mismo y como aviso para navegantes, es una futilidad indagar la vida del sabueso.

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