En todas las casas los objetos acaban en añicos, en una bolsa de basura. En las calles las señales de tráfico también sufren de muertes súbitas, el choque con un auto que va pasado de velocidades y maniobra a destiempo el giro, pero son sustituidas, como lo es el cenicero del fumador que lo estrella contra la pared al recibir la carta de despido, como lo es el trabador que tras un chequeo médico a cargo de la empresa está incapacitado para trabajar ya que le ha sido diagnosticada una larga enfermedad y cuyo asiento ocupará un prometedor empleado incluso a sabiendas de que el material altamente tóxico que maneja lo va a incapacitar al tiempo. Antes del acabado las obras de artes están rotas, en pedazos entre las ideas y conceptos del autor que las ensambla mientras inventa simbologías de porqué precisamente así, el universo mismo está cogido de un tendedero de cuerdas sueltas que en caso de sobrepasar lo que permiten las leyes de la física va a descolgarse y entre galaxias no hay mamás que avisen a papás manitas para que se armen de alicates y tuercas y arreglen el desaguisado.
En las vidas personales hay roturas por milésimas de segundo, se rompe el amor que cantó la tonadillera, se rompe el deseo por la chica rubia de calcetines verdes cuando habla y su acento te revuelve el estómago, se rompen recipientes para los cereales que contienen una recuerdo especial, la salud cuando la radiografía confiere velocidad a las manecillas que llevas atadas a la muñeca, se rompe una idea y utilizas un alfiler para rescatar el supergén del desuso y te convences de que no es el accidente lo que inutiliza sino el olvido, y que hay que cerrar el tapón porque la tendencia misma del universo es separar objetos, obligarlos a sentir nostalgia de entonces, cuando rozaron la perfección.
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