domingo, 23 de mayo de 2010

39º- Otro(s)


Los otros son los demás, los demás son extraños, gente con las que mostrarte cauto o cercano, los demás son una elección, rechazada por eremitas, aceptada por sociopatas que no quedarán conformes hasta tener, como la canción, un millón de amigos. El tema recurrente en Sartre, en los posmodernos, en unos versos de los pocos que recuerdo de Octavio Paz: los otros que no son si yo existo, los otros que me dan plena existencia.

A los otros nunca los tomas en su totalidad, pasan el filtro de la selección y ya forman vparte de ti, te haces una idea de cómo son cuando ejercen de sí mismo, cuando no están ante los focos de la mirada ajena, de la tuya que es también la mirada de un otro. Pero ocurre que de tantos que hay discernir el grado de acierto de decantarse por un número limitado de ellos agobia y entonces los acercas hasta la punta de la nariz, los olfateas, y los aspiras, como aspiran el infierno los cocainómanos, como poniéndotelos máscara de oxígeno para pasar una vida en eterna primavera, entonces la barrera entre otro y yo, o tú y otros ha caído, tienes visado de narrador.

Y puesto que ahora con licencia para falsear la realidad vas tomando distancia de ese apático en pijama que dormita la siesta en el sofá, y que sales, bloc minúsculo en el bolsillo trasero del pantalón, lápiz entre dientes, a extirpar los posibles que en ningún mundo de al revés se desarrollan, y que no has de regresar con una chica de piel morena, a la que sacas algunos centímetros, agarrada del brazo que habría de decepcionarte, que habrá de dejarte tibio conforme la conozcas y te sea sincera, incluso aunque te mienta, ahora que emborronas y corriges las faltas, lo adecuado del contexto para un decorado muy esperado por tu parte, ahora puedes serlo(s) todo(s).

Por ejemplo, un locutor de radio aun becario, al que se le ha encomendado la tarea de transmitir en onda global el fin del mundo. Un paracaidista que es arrastrado por un huracán y que se santigua, y que cuando abre los ojos y suelta el amuleto tiene el trasero pegado a la tierra y ni una sola magulladura. El relojero de una corte europea al que se le detiene el marcapasos y que mediante una destreza de cirujano se abre el pecho en canal y extrae el producto eléctrico a fin de traicionar el oficio, engaña al tiempo, logra la inmortalidad pero olvida todo lo relacionado a su profesión. Aquella Julia, o Claudia, o Estefanía que fue cazada cuando quiso huir porque la delataron o quería ser descubierta ya que así, a costa de padecer el castigo, dejaría de ser una alguien cualquiera.

Cada día más, un otro al que de veras le importo, que crea una ficción para que la habite, que seguro permanecerá cuando yo no esté, ahí buceando en un cubo de basura, ahí en el auricular tras una línea 900, o ahí donde tú, otro, menos lo esperas.

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