Las personas dejan huella, los libros dejan letras; las personas las recuerdas, los libros los olvidas porque son grafías, porque aunque cercanos no llegas a interaccionar con ellos; las personas despiertan odio, recelo, rencor, afinidad, aptitudes que tenías hibernando, los libros los enlazas con sucesos que pernoctan en las habitaciones de la memoria, y acaban en un baúl, en una parcela libre que dada tu natural brusquedad ningún inquilino es tan osado para ocupar; Las personas nunca son del todo tuyas, los libros pueden seguirte en un camión de mudanza, permanentemente al alcance de tu mano.
Existen, sin embargo, esos otros libros, los que tras una noche en vela te amanecen barroco cuando anocheciste renacentista, que te hacen accesible pensar las lápidas desdibujadas del cementerio judío de Praga, que posibilitan que repares en que la chica de la frutería de la esquina pueda formar parte de un complot internacional que intenta eliminar el sabor natural de las hortalizas. Existen aunque en peligro de extinción, porque en una feria del libro una abuela prohíbe a su nieto de ocho años que compre una novela de fantasmas, impropia y nociva ante su corta edad, porque leemos los que nos recomiendan los suplementos dominicales de la prensa, que lo hacen desde luego, sin presiones externas y alejadas del amiguismo y los favores a devolver, porque yo mismo en lugar de dedicar tiempo y suerte a intentar sacudir la comodidad de mis referencias estoy hablando de ellas, cuando el placer de la lectura consiste en contenerla, en guardar silencio ante lo que sostenemos entre manos, en mi caso “La conjura contra América”, “Crónicas marcianas”, “La vida: Instrucciones de uso”. En tu caso no lo sé, quizá tomes un autobús y busques el lugar que la novela no te nombró en sus casi quinientas páginas, quizá te consumas tras una mesa de despacho y dediques la hora del almuerzo ha pasar tus impresiones a una libreta roja que completa troceas, quizá te despidas para siempre de tu amante para daros una tregua antes que ocurra lo que en el libro de Sábato, quizá lo regales a alguien, y que este alguien quede trastornado y que te lo agradezca, en cuyo caso el libro y lo que le antecede, idea, escritor, librero, habrán cumplido. La superficie permanece estática, el maremoto en las profundidades ya varió la composición aunque en apariencia las páginas del libro queden plegadas.
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