lunes, 6 de septiembre de 2010

64º- Piscina


La distancia que media entre que saltas del trampolín hasta que provocas que las aguas tranquilas se alteren y expandan ondas concéntricas y los bordes contengan la variación del volumen contenido, hasta que las aguas den el visto bueno al intruso y vuelvan a la quietud y tú mismo emerjas desde el fondo con el cabello mojado mientras intentas recobrar la respiración. Las tardes que pasas contemplando la caída del sol y los rezos del imán en su minarete relajando la temperatura externa, perfeccionando la técnica de las brazadas de una punta a otra, a lo largo, tardes que combinan la placentera sensación de diluir el ejercicio físico con el contemplar apartado que los de fuera siguen en movimiento, tardes que mereces porque has cumplido y nunca dejaste de vislumbrar la recompensa, porque zambullirte es en el horizonte la última parada del año, el entreacto previo a que el tipo que recoge los tickets te fuerce a ocupar la plaza que te corresponde en la noria, plaza que no puede quedar vacante. El contener la respiración y apartar como Moisés aquello que te detiene, el agua que simboliza el mundo que a menos que entienda que pones el suficiente coraje en su superficie va a rechazarte, te va a cortar la digestión, va a hacerte olvidar el que sabes chapotear y te va a cubrir para siempre con la hojarasca que derraman los árboles que cumplen una doble función, la de ofrecer cobijo a su amparo, la de confundir con su sombra. Cuando estoy en el aire, una vez pongo el pie en el vacío, fantaseo, en esos segundos podría desaparecer el líquido debido a una huracanada racha de viento o a la broma de un improbable narrador omnisciente, impactando mi cuerpo en la cruda realidad. La seguridad no existe porque cierras los ojos y al abrirlos lo demás ya pasó y tu cuerpo no te pertenece por entero.

Levi- Strauss expuso que las estructuras del inconsciente se manejan en torno a una ideas complementarias y opuestas, un sistema binario de pensamiento extrapolable a las piscinas, en concreto en lo que respecta a los niños y el contacto que mantienen con éstas. Inmersos en el caos de un autobús repleto de niños acompañados por un par de supervisores late una profunda división, la de quienes llevan una mochila que contiene bañador y champú, y la de los que desde el graderío se librarán de una clase pero no podrán evitar ser señalados como los que no saben nadar, como los avergonzados de su peso que no quieren quedarse con el torso desnudo, los que entran a los vestuarios y los que dejan que la actividad extraescolar pase pero que tienen que participar aunque sea como espectadores, aunque sepan dar brazadas que dejarían en ridículo a los que se creen capaces de andar superpuestos al agua que no les salpicaría siquiera la planta del pie. En el caos de un autobús huele a acondicionador, hay discusiones: quién venció la carrera digna de disponer de foto- finish, quienes se lanzan mejor de cabeza, cuándo será la revalida y cuanto va cada uno a progresar para nadar estilo mariposa, para aguantar la respiración hasta que el reloj sumergido se detenga imposibilitado a igualarse al reto que se propone y supera la condición humana, el modelo que ningún antropólogo debe desechar, la dicotomía de la mente infantil entre nadador y ahogado.

Alain Delon de viaje de piscinas, encontrando subterfugios por los que indagar en los secretos ocultos de una urbanización, yendo mediante un pasadizo que conecta remansos de snobismo de una piscina a otra, mojándose y sin embargo todavía en calidad de observador. William Holden, o la figura recortada de un periodista que arrastrado por el envejecimiento y las penas de una estrella del cine mudo lanza las esperanzas al mar y las sigue, por si allí pudiera purificarse, por si no quedara posibilidad sino la de llenarse los pulmones de vida gastada, de vida derramada en superficie prometedora, ahora deslucida. Piscina, donde James Whale, asesinado o suicidado quiso encontrar a Frankenstein y donde vio un reflejo que se le parecía mucho, el monstruo era el científico, o concretando, el director de cine, y no lo soportó así que eligió ser un pez que nadara en cloro antes que una reliquia acosando a su jardinero. Las piscinas como sueños veraniegos, como lo que tienes ante tus narices al observar desde la ventana del cuarto de baño que el otoño cumple e inunda la nítida transparencia de frutos caducos, la piscina componente accesorio en las vidas de cualquiera, desde la piscina de líquido amniótico al baño que antecede al embalsamamiento, la relación que hasta la fecha más he postergado en arruinar, la que no decayó porque es reciente que empezamos.

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