
Los chicos, a los que apenas les alcanzan los centímetros para montar en la atracción estrella de feria, riman las frases sin darse cuenta, poseídos por el ánima de Gloria Fuertes, hablan en chascarrillo el lenguaje de sus abuelos, luego leen, conforme exige el sistema educativo, los clásicos: Sonetos, redondillas, octavas reales, Quevedo, Góngora, Sor Inés, Espronceda. Y les da para componer, qué diablos, es sencillo, es aritmética. Sueltan la parrafada del tirón, siguen la estela de polvo de estrellas que desprenden las metáforas de las que presumen, visiones reveladas que establecen la conexión entre cosas en apariencia inconexas, “el indoloro fondo de los muslos que al tocarlos deshicieron el compacto de la nube de la que partían” o “estás tú tan distante que yo voy a alternar los lugares por ver si así te enteras de que existo, por ver si te estuvieras quedando ciega”. La poesía, el ente homérico progresado y corrompido, tiene imán para la juventud ya que en ella cualquier disparate tiene cabida, ahí Apollinaire, o Hugo Ball o cerquita, Aleixandre. Con una estrofa lograda puedes ablandar un corazón o incitar a unos flujos vaginales o provocar una erección, el poema cumpliendo como una llave maestra en la relación entre el creador y el receptor, cumpliendo como cumple una pareja que ha rebasado los cuarenta, los sábados noche, luces apagadas, 23:00 P. M.
Sí, señoras y señores, niños y niñas que no conocéis aún el campo de Castilla, los poetas envejecen y las malgastadas cuadrículas que llevan consigo también. Pueden cantarle al tierno sabor de unos labios vírgenes pero es inminente el momento en que los labios estén gastados y cuarteados por la exposición prologada a las alabanzas, podrían cultivar la nostalgia y engordar las vivencias a base de recuerdos inventados, y lo harían si es que no lo hacen en la actualidad- dejé de leer poemas, se me volvió ininteligible la lógica de puntuación, lo obsesionados que estaban con barrer coloquialismos y triturar aquello que sonara a verdadero- porque en la ignorancia no reparan que pisaron Ítaca y que hospedados en una cantidad lo pertinente es emprender la marcha y trazarse una epopeya que reinicie el sistema exento de virus e influencias perniciosas; porque los reyes magos son un cuento que no se sostiene ante Santa Claus, dado que a éste lo antecede un poema nórdicos “El Kalevala” que mantiene el encanto estilo intimista Jean Pierre Jeunet, varios milenios después de ser originado por un vulgar trovador al que le tiritaban los dientes cuando nevaba, y en esos parajes la luminosidad y la escarcha contenían propiedades que menudo engaño lo de la baba de caracol; porque fui poeta y me reconozco en lo dicho, y rechacé el término “soledad” en múltiples ocasiones en las que usarlo me hubiera sido beneficioso, y no desisto aunque controlo el impulso de un inicio fulgurante y rompedor: “El poeta compone su verso/ fuera un jilguero y un grillo le hacen de escribas”, y confieso que la avioneta que cogí pilotada por beatniks perdió la hélice y sus dos motores. Siempre nos quedarás, Pessoa.
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