domingo, 12 de septiembre de 2010

67º- Retardo


Uno de los insultos oídos últimamente y que me impactó era el siguiente: tienes los principios morales de un subnormal. Otro que resultaba chocante por muy acorazado que anduvieras ante las maquinaciones humana: su boca parecía el culo de una estrella de mar. Mi vocabulario no es tan soez, supongo que porque nadie que forme parte de mi círculo alimenta en ingenio diabólico de ofensor dispuesto a vaciar su cargamento en la sensibilidad del injuriado, supongo que sé tratar las palabras y el efecto que producen en según qué circunstancias. Lo cual no evita que haya conocido a tarados, a imbéciles que no se reconocen como tales frente al espejo, a tontos, a miembros de una generación golpeada por la estulticia cercanos al simio que fueron y al que regresan como atraídos por el imán de la ignorancia, he tratado con ellos y a veces hasta cruzo la línea voluntariamente, la separación que dibujé entre ellos y yo. Supongo que no me prodigo en insultos porque no tengo sobre quién verterlos, y pienso en cierta ocasión en la que tomé una botella de agua y la destapé empapándome porque no quería pelear y parecía que el enfrentamiento era inevitable, y pienso en los psiquiátricos y en que si el escritor tiene un lugar natural, una tierra en la que asentarse es en una camilla que cruza un pasillo, que se detiene en una habitación donde abundan los gritos de un genio que recibe descargas de electro shocks. Si pienso en el final de los días, pienso en lo que antes fue llamado manicomio, y pronuncio el siguiente ruedo aún sabiendo que no hay quien preste atención: Necesito que estés cuerda para cuando yo me vuelva loco.
La condición de demente está extendida- el que se halle libre que arroje la primera piedra- los hay obsesionados por las blusas color noche estrellada, que coleccionan dedales con el rostro estampado y siempre beatífico del Santo Padre, los hay que te descubren la cilindrada de un automóvil por la densidad del humo que despide el tubo de escape. Prolifera la locura al compás que la farmacopea rellena el zurrón de productos que presuntamente nos harán entrar en razón, entrar en la normalidad orientando la mente hacia una felicidad próspera y no tan distante, entrar saliendo de las esquizofrenias que tentadoras prometen un descanso a la rutina. Cuántas veces nos comentan que una persona presenta rasgos demenciales, que está complemente chiflada porque debajo de su cama guarda el esqueleto de un hermano fallecido en un accidente cuando intentaba reparar una teja de la casa que se le venía abajo, histéricos que duermen con la luz encendida ya que las sombras de las oscuridad les recuerda a la madre que les arropaba en la infancia, que les despertaba el instinto acariciándolos bajo las sábanas de adolescentes, que les llenaban de chinches las almohada de universitarios para que hicieran la valija y dejaran un cuarto que pronto sería de alquiler y que soliviantaría la delicada situación económica de una viuda a la que el hijo se le hizo mayor. Este chico a todas luces tiene un retardo, ahora es, la patología cumple todos los requisitos para que la tomemos por un desequilibrio monomaniaco para nada irreversible. Lunáticos, alineados, presas del desvarío, están entre nosotros, camuflados, visten trajes de ejecutivo, llevan el pelo repeinado, manejan un velero que gana una medalla en unas Olimpiadas, La invasión de los trastornados que turban el seso.Por supuesto mantengo una complicada cercanía a ellos, a los estrambóticos que pasean al perro de madrugada ataviados con smoking y pajarita, a las amas de casa que acuchillan a sus maridos porque les arreglaron la persiana que estaba estancada y lo hicieron quejándose cuando es lo único que pueden hacer por mantener la relación después de años de desengaños mutuos, a los que sin motivo alguno aparente ponen una bomba en una gran superficie en día no laborable y lo que consiguen es quemar estanterías de productos manufacturas en Filipinas y prenderse fuego a sí mismos, sin dañar a la empresa que atacan que cobrará una suculenta compensación pues dispone de seguro contra daños y siniestros totales, sin llamar la atención de los medios que titularán las portadas del Lunes así: Desequilibrado calcina las ofertas que con ansía se esperaba que inauguraran la temporada de rebajas con una afluencia nunca vista de compradores. Pero es que, y esto es el colmo, una enorme paradoja, de llevar a una consulta esto que acabo de redactar no cabe vuelta de hoja, me diagnosticarían ansiedad masiva para con los demás, espíritu ególatra que es cuestión de tiempo atente contra sus semejantes, y me recetarían calmantes o ansiolíticos y pastillas azules de esas que te atontan, así que me ahorro el pago de la consulta y termino por certificar yo mitad sociólogo mitad Ernst Jung y la mitad que sobresale borrachera sentenciosa, que la locura es un bien preciado que pocos consiguen, el bingo acumulado que consigues con un solo cartón, el cartón que era todo números consecutivos, y que llegar con retardo es preferible a llegar en hora, dejarás claro que majara sí, desesperado ni a tiros.

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