
Llegará el día en que no abra el periódico, que me canse del masoquismo de encender la televisión cuando el almuerzo aunque los hutus y los tutsis firmen un alto el fuego, junto al polvorín siempre hay una toma eléctrica de tierra que suelta chispazos y una mecha obra del mismísimo diablo. Los bandos, los emblemas tatuados en la espalda de por vida, las trincheras de los que hacen piña defendiendo la supremacía de la raza blanca, los demócratas que con el corazón presiden una Comunidad Autónoma y que blanden una constitución entre muchas haciendo que parezca que sostienen la Santa Biblia, o Rayuela, o la Ley Orgánica del Movimiento, los porteros de discoteca que te ponen la mano en el pecho, que te ponen cara de perro y ni se dignan a mirarte, impidiéndoles esto comprobar que eres una persona igual a ellos, y amenazando de que si te pones farruco te van a clavar una navaja en el esternón y a dejarte en el cubo de la basura. Un desperdicio, el mediador y el diplomático comiendo canapés de salmón y bebiendo un rioja espléndido en un palacio de invierno con guardias de seguridad privadas que contienen a los que gritan “Abajo la Bastilla”, y tú que sufres del conflicto y sufres de hemorroides, poniendo las esperanzas en que estallen las flores que un bombardero lanza sobre la Plaza de Mayo, que interrumpe el recreo de los críos que salieron de Conocimiento del Medio o de Matemáticas Estadísticas, rezando- y eso que no comulgas con deidades- porque se destruyan o depongan las armas, pero que lo hagan de una jodida vez.
En microcosmos como el trabajo de oficina también existen divisiones internas, pugnas por llevarse el gato al agua que de postergarse y durar será un agua estancada, un charco, un mar muerto, o si lo prefieren, un mar sembrado de muertos. De sobra se conocen casos del tipo de firmantes de apoyo para que el tabaco sea prohibido en el edificio y su contrario, el del grupo de presión que insiste que en el descanso pueden disponer según convengan, y ello incluye llenar el pulmón de humo y raspar la lengua de nicotina. De una forma u otra te engatusan y te posicionas, ya en un corrillo en el que expresas en petit comité pero que habrá de retratarte aliado de una posición y enemigo acérrimo de su opuesto, ya firmando porque un garabato no daña a nadie, porque nadie lo tomará a lo personal dado que es una nimiedad ocasional, un detalle, pero las facciones y sus mandamases son capos de la mafia, ni olvidan ni perdonan, y te sitúan en la lista negra y la tinta es permanente y aduces en tu defensa que no querías granjearte enemistades en el trabajo, además tú no fumas desde que a tu padre un edema pulmonar lo dejó en una silla de ruedas, sólo te solidarizaste pero sin ser ni siquiera una protesta silenciosa. Das testimonio, intentas apartarte. Imposible. Las facciones exigen, serás adepto u opositor, del Barça o del Madrid, de izquierdas o de derechas, vasco o español, capitalista o comunista. Al objetor de consciencia lo desinfló la sobreabundancia de anarquistas, a los anarquistas el olor mentolado de sus chicles. Implora que te hieran en breve para guardar cama en la enfermería, aunque allí llegan las facciones, los del más acá y los del más allá, claro que los segundos son mayoría y no marchan apresurados, se saben de inicio con ventaja.
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