domingo, 26 de septiembre de 2010

77º- Je t´aime... ma non plus


Confieso que he amado. Manejo un monovolumen con un disco de Serge Gainsbourg sonándole al sufrimiento compartido, manejo la situación cargado de ojeras, manejo y quisiera dar un volantazo y salirme de la carretera, pero no me dejo. He susurrado en oídos como escaleras de caracol, en tímpanos cargados de sensibilidad ante las palabras amables, ante los tonos que propicia el cariño, le susurro ahora a la ventanilla a medio bajar por la que expulso las cenizas ya gastadas y que de a poco van acercándome al filtro, le gasto a las intenciones su significado y al amor una broma, parloteo para una cinta grabadora, amarrado a la conducción, con un doble en el retrovisor que me persigue y al que quisiera driblar escapando de su ámbito de visión, sumergido en las luces de neón, en los carteles que parpadean cual es el límite existencial de la carrera, apresurado a ninguna parte, tampoco hay a donde ir. He amado a hembras que torcían la percha y bamboleaban los hombros y se dejaban caer el amarre del sujetador con la destreza de un David Copperfield que se desata las cuerdas observándolas fijamente, sin trampas. He naufragado en costillas mástiles de bergantines, brújulas en medio de una tormenta que ladeaba la popa y mojaba los cabellos de los contramaestres de proa que intentaban equilibrar el peso de la carga para no ahogar la travesía, costillas a las que ni un vegetariano osaría resistirse. Me han embrujado pupilas que se estrechaban en los bordes, que formaban la perfección de un agujero de gusano o de una atracción de parque acuático que te mantiene a oscuras cayendo hasta el golpe de luz, les he rogado que no me desviaran a la buhardilla que tiene toda pupila, pupilas nacidas de una resistencia prolongada a las sombras, a los fantasmas de las historias apasionadas de las novelas rosa, pupilas que vieron únicamente aquello que no las rebajase a un adjetivo que anteceda a esplendoroso. He querido imposibles, y me he conformado con lo contractual de asaltar sábanas de hotel derramando en ellas champagne, felicidad, derramando lamentos cuando el servicio de habitaciones te advierte de que es momento de reinsertarse en el mundo. He amado las protuberancias y las simas del sujeto que enterraba la depresión en el sulfuro, los padecimientos cotidianos sumergidos en el Triángulo de las Bermudas, colgando- Cary Grant mortificando sus talones- de la comisura de tus labios que se negaban a darme un teléfono de contacto, una cita suspendida en el recuerdo de gigante filmada en contrapicado que me quedaba junto al tapón del corcho, pruebas, fetiches de un coito desmitificado, prueba de que te quise apoyada en la almohada, acompasando el resuello, de que te querré chica de una noche.

Suponer la pasión como un segmento, el camino del prostíbulo a casa de mamá que prepara la cena, macarrones gratinados; la senda de los drogadictos que pinchan brazos y pinchan a los turistas con una uña larga y sucia que se siente igual el filo de un cuchillo; el amor que civiliza a legendarios indomables que caen rendidos ante la llamada de un perfume que desprende cerezas de primavera del tamaño de ciruelas, que lame entre se postran y glorifican y salmodian el empeine que les está vedado lamer, porque es cosa pervertida y la domadora lleva el látigo precisamente para estas situaciones en las que los amantes se toman la licencia cruzando lo permitido; el amor a una declaración de infinito caída en el olvido de la infidelidad o del aburrimiento de las tazas de café que saben a pintalabios marchito, a licorería de sillón y documental de ornitorrinco; el amor en una expresión tomada al azar, en la carrerilla que toma una lanzadora de pértiga, que se clava aquí- señalas- en el corazón, un embuste que apetece exprimir, sacarle el jugo a la devoción del otro, a los lisonjeras carantoñas e intimidades que compartís viendo de amanecer a la ciudad plagada de turistas, Turín, Frankfurt, Marsella, la ciudad de la que se evaporan frases tipo: “debimos conocernos en circunstancias que nos fueran favorables y no a destiempo” “lo que suceda en estos días lo dejaremos olvidado en recepción, que el custodio sea el botones de la entrada, que la caja fuerte sea de máxima seguridad” “lo siento pero ha terminado como terminan las series de televisión que enganchan temporada tras temporada, y el brusco viraje del guión no permitía continuar, hemos clausurado y las reposiciones las pasará el remordimiento a menudo, a altas horas de la madrugada”. He amado y querido y deseado, he sido el instinto sumergido en una bañera en la que la camada de gatitos fue reducida, he renunciado a los sentidos, Walt Whitman asexuado, he llorado eyaculando sin que se notase, he sido tachado de indecente, de obseso en el querer, de posesivo. Pero no más, me confieso, si la producción de Goya se engrandece al cercenarse parte del sentido auditivo, si Melville compone a un mudo e inepto y es la referencia aun así pasen cien años, renuncio a los sentidos, me amputaré la yema de los dedos que me descubrían el altiplano de las pieles de desconocidas que anhelaban que las conocieran, me cortaré la lengua rasgando la posibilidad del beso de tornillo, me castraré si fuera necesario para conducir por entre las imágenes siendo diferente, reviviendo diferente los habituales contrapostos, las rutas de las líneas de las manos que colisionaban, conducidas por el envejecimiento, contra una pared marmórea en la que hay un graffiti dibujado en amarillo nicotina: Yo, tampoco.

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