
Suponer la pasión como un segmento, el camino del prostíbulo a casa de mamá que prepara la cena, macarrones gratinados; la senda de los drogadictos que pinchan brazos y pinchan a los turistas con una uña larga y sucia que se siente igual el filo de un cuchillo; el amor que civiliza a legendarios indomables que caen rendidos ante la llamada de un perfume que desprende cerezas de primavera del tamaño de ciruelas, que lame entre se postran y glorifican y salmodian el empeine que les está vedado lamer, porque es cosa pervertida y la domadora lleva el látigo precisamente para estas situaciones en las que los amantes se toman la licencia cruzando lo permitido; el amor a una declaración de infinito caída en el olvido de la infidelidad o del aburrimiento de las tazas de café que saben a pintalabios marchito, a licorería de sillón y documental de ornitorrinco; el amor en una expresión tomada al azar, en la carrerilla que toma una lanzadora de pértiga, que se clava aquí- señalas- en el corazón, un embuste que apetece exprimir, sacarle el jugo a la devoción del otro, a los lisonjeras carantoñas e intimidades que compartís viendo de amanecer a la ciudad plagada de turistas, Turín, Frankfurt, Marsella, la ciudad de la que se evaporan frases tipo: “debimos conocernos en circunstancias que nos fueran favorables y no a destiempo” “lo que suceda en estos días lo dejaremos olvidado en recepción, que el custodio sea el botones de la entrada, que la caja fuerte sea de máxima seguridad” “lo siento pero ha terminado como terminan las series de televisión que enganchan temporada tras temporada, y el brusco viraje del guión no permitía continuar, hemos clausurado y las reposiciones las pasará el remordimiento a menudo, a altas horas de la madrugada”. He amado y querido y deseado, he sido el instinto sumergido en una bañera en la que la camada de gatitos fue reducida, he renunciado a los sentidos, Walt Whitman asexuado, he llorado eyaculando sin que se notase, he sido tachado de indecente, de obseso en el querer, de posesivo. Pero no más, me confieso, si la producción de Goya se engrandece al cercenarse parte del sentido auditivo, si Melville compone a un mudo e inepto y es la referencia aun así pasen cien años, renuncio a los sentidos, me amputaré la yema de los dedos que me descubrían el altiplano de las pieles de desconocidas que anhelaban que las conocieran, me cortaré la lengua rasgando la posibilidad del beso de tornillo, me castraré si fuera necesario para conducir por entre las imágenes siendo diferente, reviviendo diferente los habituales contrapostos, las rutas de las líneas de las manos que colisionaban, conducidas por el envejecimiento, contra una pared marmórea en la que hay un graffiti dibujado en amarillo nicotina: Yo, tampoco.
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