domingo, 12 de septiembre de 2010

69º- Recogida de datos


Nunca quise ser un James Stewart de pacotilla repartiendo felicidad en nochebuena, en cambio sí que he imaginado que soy un parapléjico que desde su silla de ruedas cultiva el placer del voyeurismo. Cuestión de preferencias, lo mío es sórdido y algo enfermizo, por ahora cumple las expectativas, ¿hasta cuando?, pasar al siguiente nivel ni me lo he planteado, más que nada porque desconozco que tendrá de particular y porque por ahora me vale con intentar desentrañar que hay tras el toldo y los barrotes pintados en rojo y las macetas y la ventana. Intentaré situar/lo/los/me: A una distancia prudencial que me permite ver sin ser visto, a unos cinco metros- medición aproximada- un bloque de pisos y en la primera planta cuatro huecos en la fachada, cuatro ventanas, dos de ellas individuales, las otras dos pertenecen a la cocina y al salón, ventanas sobre las cuales la luz del sol da de lleno justo cuando pasa el mediodía, puede que por ello los toldos las cubran, para que el interior no les resulte a sus habitantes una caldera en ebullición. La estancia se asienta en la entrada número 36 y tiene dos pisos hasta el tejado cubierto, no sé dónde tenderán la ropa, no conozco qué fue de las antenas que inundan el paisaje de las viviendas comunitarias. Al asomarme me percato de que compartimos cierta simetría, su sala de estar coincide con la mía, al igual que sus dormitorios, la salvedad reside en que las cortinas las descorro al levantarme para que la claridad exterior me desperece mientras allá al otro lado permanecen impermeables a las miradas de los curiosos que como yo, olfatean lo que no les incumbe para que la nariz no se les quede obsoleta, no obstante pese a ser un hombre retraído y al decir de cualquiera introvertido, me puede investigarlos, y aunque los hallazgos sean las anomalías no me resiste el placer de anotar los movimientos ya menos extraños.

La silueta de una chica ataviada con una camiseta blanca que le marca el sujetador se pasea por su habitación, nerviosa, atareada, parece que le apremia encontrar un libro en una estantería de metal repleta de volúmenes coloridos y de gran tamaño, dada su edad- que coincide con la mía, siendo ésta indeterminada- seguramente estudie algo relacionado con las Bellas Artes, apostaría a algún asunto relacionado con el diseño gráfico, pura suposición, me tiene descolocado, es una sombra vampírica de un riquísimo mundo interior, el contacto que mantiene con el resto de sus familiares suele ser escaso tirando a nulo, su nombre es Laura. La cuota infantil la cumple un muchacho rubio que viste una camiseta de la selección de fútbol de su país y se acerca a los barrotes como un recluso al que por mal comportamiento prohibieron salir al patio, nunca juega a la pelota, tampoco es travieso, recuerda a un alma en pena que espere crecer para manifestarse. El lugar de papá y mamá también queda cubierto con la figura oronda de un señor opaco en sus manifestaciones y de una ama de casa cuya acción repetida e insistente consiste en abrir y cerrar el frigorífico, típica pareja entrada en la rutina de criar vástagos y procurarles alimento, presumo que comen juntos en una mesita blanca cubierta por un mantel sin florituras junto al fregadero.

No me juzgue, no estoy obsesionado, evito ser descubierto y me camuflo en una cita de una colega de oficio bastante presuntuosa: los demás, los de fuera, están ahí para que los pongamos por escrito, son de atrezzo. En ocasiones imagino que los de enfrente a su vez me observan mientras fingen ver el televisor, arrellanadas en sus sillones, en esa hora en la que las bombillas de la calle se encienden y las voces de las calles aflojaron su intensidad, nos contemplamos mutuamente, ellos multitud, yo en solitario, pensarán que mis quehacer son monótonos, sino a qué meterme en una estancia que rezuma convenciones, no montan juega y ni gresca, no estrechan lazos con el vecindario. Por descontado, la hija es el enigma de esta ecuación o al menos le he asignado la condición de elemento pendiente de una evaluación definitiva, una excusa para rellenar la libreta de impresiones tomadas al vuelo y formarle una personalidad de cualidades sobresalientes, la manera que tengo de quemar las tardes decrecientes de septiembre, un entrenamiento para comprender los entresijos de una familia funcional, una huída de la primera persona como haría un espía que persigue observador y anota y descifra la información para esclarecer la trama de la que quiera o no forma parte, los que nos ven o nos vigilan contribuyen a formarnos una idea de nosotros mismos, alteran el patrón de comportamientos que desde lejos adquiere un sentido que posiblemente Laura, o el niño de la camiseta futbolera o la madre que se desvive por cuidar a su progenie no conozcan pese a ser los creadores y los protagonistas de la narración que para ti sólo son ideas sueltas, la estructura de una historia atribuida- porqué no- a Samuel Beckett.

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