
La silueta de una chica ataviada con una camiseta blanca que le marca el sujetador se pasea por su habitación, nerviosa, atareada, parece que le apremia encontrar un libro en una estantería de metal repleta de volúmenes coloridos y de gran tamaño, dada su edad- que coincide con la mía, siendo ésta indeterminada- seguramente estudie algo relacionado con las Bellas Artes, apostaría a algún asunto relacionado con el diseño gráfico, pura suposición, me tiene descolocado, es una sombra vampírica de un riquísimo mundo interior, el contacto que mantiene con el resto de sus familiares suele ser escaso tirando a nulo, su nombre es Laura. La cuota infantil la cumple un muchacho rubio que viste una camiseta de la selección de fútbol de su país y se acerca a los barrotes como un recluso al que por mal comportamiento prohibieron salir al patio, nunca juega a la pelota, tampoco es travieso, recuerda a un alma en pena que espere crecer para manifestarse. El lugar de papá y mamá también queda cubierto con la figura oronda de un señor opaco en sus manifestaciones y de una ama de casa cuya acción repetida e insistente consiste en abrir y cerrar el frigorífico, típica pareja entrada en la rutina de criar vástagos y procurarles alimento, presumo que comen juntos en una mesita blanca cubierta por un mantel sin florituras junto al fregadero.
No me juzgue, no estoy obsesionado, evito ser descubierto y me camuflo en una cita de una colega de oficio bastante presuntuosa: los demás, los de fuera, están ahí para que los pongamos por escrito, son de atrezzo. En ocasiones imagino que los de enfrente a su vez me observan mientras fingen ver el televisor, arrellanadas en sus sillones, en esa hora en la que las bombillas de la calle se encienden y las voces de las calles aflojaron su intensidad, nos contemplamos mutuamente, ellos multitud, yo en solitario, pensarán que mis quehacer son monótonos, sino a qué meterme en una estancia que rezuma convenciones, no montan juega y ni gresca, no estrechan lazos con el vecindario. Por descontado, la hija es el enigma de esta ecuación o al menos le he asignado la condición de elemento pendiente de una evaluación definitiva, una excusa para rellenar la libreta de impresiones tomadas al vuelo y formarle una personalidad de cualidades sobresalientes, la manera que tengo de quemar las tardes decrecientes de septiembre, un entrenamiento para comprender los entresijos de una familia funcional, una huída de la primera persona como haría un espía que persigue observador y anota y descifra la información para esclarecer la trama de la que quiera o no forma parte, los que nos ven o nos vigilan contribuyen a formarnos una idea de nosotros mismos, alteran el patrón de comportamientos que desde lejos adquiere un sentido que posiblemente Laura, o el niño de la camiseta futbolera o la madre que se desvive por cuidar a su progenie no conozcan pese a ser los creadores y los protagonistas de la narración que para ti sólo son ideas sueltas, la estructura de una historia atribuida- porqué no- a Samuel Beckett.
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