
Además de tener fobia a volar- en lo metafórico alzo el vuelo o creo hacerlo y me encanta- tengo el hábito de dormir la siesta en verano. Sé que la funda del sofá se agarra a la espalda y que los mosquitos te acribillan a mordiscos y las hinchazones escuecen más si cabe que el cansancio acumulado en esa humedad irrespirable pero que respiras porque no hay alternativa, por suerte cuento con la ayuda inestimable de los locutores de televisión de las retrasmisiones del Tour de Francia, colaboradores que entonan una canción de cuna, ciclistas que demarran en un asfalto que parece un volcán y a los que les cae el cansancio por el maillot, mal de muchos que consigue que no recapacites y enchufes el ventilador, “esos sí que sufren” musitas sorbiendo horchata, y dando vueltas una mujer a la que hace bastante empezaste a dirigirle miradas cargadas de odio te responde- dispone de un oído privilegiado- que para eso les pagan, que hubieran estudiado algo de provecho, que el mérito lo tiene ella y no tienes un detalle que se lo agradezca y que de una puñetera vez cambies de canal o acaso eres masoquista.
Hubo una época en la que me detuve en la letra F del abecedario, me obcequé con practicar footing para así ponerme en forma, recomendación del doctor de cabecera que me reñía por tirar por la borda una salud que de convertirse en sedentaria menguaría como un helado cubierto por el envoltorio que se deja fuera del congelador, palabras textuales. Obedecí en la medida que se deben de atender los consejos de personas que acreditan un diploma de estudios superiores a los tuyos, me apresuré a comprar unas zapatillas deportivas que fueran cómodas y resistentes y enfundado en un chándal presumí de consistencia en el barrio, recorrí la manzana repetidas veces hasta que tuve lo que gente que ha practicado deporte no dudaría en llamar un lerele o una pájara. Tendido en la acera, suplicando que un samaritano con los arrestos que se necesitan para levantarme a pulso me pusiera de nuevo en circulación, visioné como lo haría un moribundo que se va sin billete de regreso al otro lado la reacción que tendrían en el hospital al atenderme, convencido de que la bronca versaría sobre la falta de precaución que tuve al descuidar la hidratación, al hacer tal esfuerzo con la temperatura que teníamos, cómo si fuera imposible poner la maquinaria a tope en unas condiciones ambientales adversas, ahí están los ciclistas, o los beduinos… Pero claro, me callé retraído como soy y me limité a secarme el rostro con una toalla que se iba cargando del peso de las gotas de sufrimiento de las que yo me iba librando, por lo cual pienso, y es una teoría arriesgada, casi demencial, que el sudor es un instinto, una señal de alarma y para nada un proceso fisiológico, el sudor aparte de oler mal, y no quiero tocar el tema por peliagudo, nos solicita una tregua, apostillando que ello no obliga a un abandono definitivo de la violencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario