lunes, 6 de septiembre de 2010

63º- Fiesta


A las espaldas queda la música y el confeti que llena los cabellos de motas color arco iris, proliferan las verdes o ese es el color del licor que hace transparentar la calle, no estoy para especificar, no estoy cuerdo, te vas justo cuando lo que resta promete... Media hora antes charlabas con una copa entre los dedos, agarrando por el meñique la parte de abajo, la que contiene la ebriedad que sorbes hinchando la garganta para que entre fácil y te inunde de frenesí, haces lo que se suele en estos casos, ahogarte en conversaciones banales que giran en torno a las profesiones de cada cual, profesores en escuelas de idioma, doctorados en las diferentes tipologías de bambú comestibles, azafatas de avión que entre vuelos declinan idiomas extintos en una mesa anclada al suelo de una casa que perteneció a los padres de los padres de sus padres. Cuando empezaste a acudir a fiestas lo hacías armado con una libreta minúscula que guardabas en el bolsillo de la camisa, hasta que los botones pasaron de moda y te amoldaste a vestir camisetas sueltas, tenías afilado el lápiz para cazar una ocurrencia que sirviera al menos de bosquejo de un personaje, pero a menudo te ibas en el baile o agarrabas la cintura de la chica soltera que todos querían emparejar siquiera una noche y al desayuno los recuerdos emborrados dejaban a la altura del betún las maravillosas ideas que te surgieron anoche, anoche antes de que el vómito evidenciara que eres un hogareño al que sacaron a golpes de la sesión semanal de serial televisivo, antes de que el esfuerzo de la obra suprema y magnífica que habría de consagrarte se escapara en los muslos de unas piernas que comprobabas ahora, no tenían nada de esbeltas, tampoco de depiladas.
Una hora antes estoy empolvándome la nariz en el cuarto de baño de casa, un cigarrillo consumiéndose en el cenicero del salón, folios en el suelo, folios en blanco, pesadilla de un día que no deja sino intentonas loables, el mismo sueño de siempre sólo que en ocasiones es más pesado inventar una excusa con la que contentar al editor. El teléfono es el salvavidas, me invita un amigo que conmemora el que le dieran las llaves de un piso recién comprado a precio de ganga, por lo que sé allí es seguro que lo que menos va a importarme va a ser encontrarle una escapatoria al atolladero de cumplir con las obligaciones profesionales, allí voy a sentirme plenamente satisfecho o absolutamente vencido, además no me quedan ideas exteriores que aspirar, el imperativo es recargar decadencia, sentir que el fracaso personal puede ser entre otros un motivo de envidia, envidian que tu derrota sea clara y distinta. Las fiestas las componen individuos y espacios que gocen de la debida amplitud para contener ansias acumuladas de compartir, es común que las penas y el agotamiento se calmen en los exabruptos provocados por el vaso que rebosa, y es erróneo, las lástimas acaban apoyadas en un oyente que te las escucha y que sin él saberlo te está descargando de responsabilidades.Hace un segundo piso un charco y el bajo de los pantalones chorrea gotas de lluvia compactadas. Ha sido una entrada fulgurante, recapacito, una sacudida de manos al azar repleto de holas y qué tal estás y cuánto hace que nos perdimos la pista, un avistamiento en la noche etílica de la calle indeterminada del bloque de los buzones metalizados, en el número del estruendoso jaleo del crepitar de los brindis y los hurras al anfitrión. Las alabanzas nunca recaen sobre el que no se espera que acuda y parecía que yo no entraba en la lista primigenia que tenían en mente los desfasados intelectuales que se abalanzan sobre chiquitas universitarias recitando parrafadas que atribuyen a Marcuse o a Walter Benjamin, tanto da. Quizá el festejo sirva de ritual para conseguir el favor de la incomparecencia, faltar a la vida del día siguiente por ir demasiado borracho, demasiado enfrentar erguido el devenir, muchas cabezas que doblan el espinazo o que se arrodillan ante la taza de un retrete buscando la catarsis de ver su reflejo en las aguas residuales. A mí el demasiado se me queda corto, la fiesta la clausurará un joven indómito después de recorrer en excelente compañía cada uno de los dormitorios del piso, pero que sepa que el círculo no se detiene y ya le tocará llamar a un taxi, sacar el brazo por la ventanilla y pensar que los que se quedan, esos, están desperdiciando algo, aunque no sabrá por muchas experiencias atesore, exactamente el qué.

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