viernes, 12 de febrero de 2010

14º-Raices


El principio del fin de la República romana lo marca el curso de un río. Cuando Julio Cesar se atreve a cruzar el Rubicón al mando de sus legiones está traspasando el umbral de lo permisible, pone sus cartas al descubierto, marca un antes y un después, entra en el apartado de rebeldes en los libros de historia, asume que ya nada volverá a ser como antes y pese a ello sale victorioso.
Por supuesto para trazar un punto de inflexión no es necesario ser cónsul en la Galia, ni tener por ahijado a un virtuoso de los cuchillos. Basta con una tiza que se distinga de la superficie donde ha de actuar. Los caminos conducen a Roma pero la pavimentación de las carreteras corre de nuestra cuenta.
Las consecuencias de llevar un farol hasta que se agota el chance son impredecibles, no sabía el alto mando japonés cuando atacó Pearl Harbor la lluvia radiactiva que caería sobre Hiroshima y Nagasaki, tampoco Morel, el inventor de la obra de Bioy, tiene clara su propósito al querer perpetuarse como imagen atemporal a merced de los periodos de las mareas. Entonces, ¿a qué concebir planes?, las situaciones límites requieren la supresión del juicio, un plus en el impulso, con cuidado de saber que el carburante por ley natural habrá de agotarse. Los científicos lo llama entropía.
Al meollo pues, pongamos el ejemplo base: El escritor que empezó componiendo poemas de no más de quince versos, y que consiguió accesits en la modalidad de relato corto en varias ferias florales, y que experimentó los géneros y construyó artefactos híbridos que le servía de calmante para la sed de letras, y que tuvo la nefasta pretensión de elaborar una novela partiendo de los bandazos que lo hacían un púgil proclive a quedar grogui por cada golpe bajo, y que se dio por vencido al entender que de él no salían sino módulos calcados indigestos a los lectores, y que decidió, como si escribir fuera acudir a una boda escondiendo un secreto, callar para siempre. ¿Cuándo hizo saltar por los aires su propio discurso? ¿era inevitable que lo atenazara el silencio? ¿quién le mandó abarcar tanta página?
Hay quien piensa que el mal es preferible atajarlo de raíz. Quizá las raíces después de todo sean el germen del mal, en cuyo caso nada de plantarlas, ni de respirar el oxígeno que vierten en la atmósfera, aunque se extinga la especie, de esta forma nadie va a separar el grano de la paja y menudo consuelo, nos quedará el cambiante fondo del mar.

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