domingo, 7 de febrero de 2010

9º- Exámenes


En un relato de Quim Monzó el protagonista se veía abocado a una sucesión de exámenes desde la más tierna infancia hasta el título de doctor, y ni con esas se libraba de ser evaluado para un puesto de importancias inimagibles cuando se presentó ante la espiral del sistema. Quien quiera hacer carrera ha de saber que nunca hay un resultado definitivo, que siempre hay una prueba que habrá de revelarte cual es tu condición, y ya se sabe, el sufrimiento puede resultar adictivo.
En la actualidad el modus operandi que antecede al examen, en mi caso, consiste: 1: Estudio limitado a cinco horas diarias; 2: Nulo consumo de películas de ficción, en su defecto documentales a pie de calle, callejeros, 21 días, que te sirvan de contacto no molesto con el exterior; 3: Comidas equilibradas, galletas, pasta, galletas, puré; 4: Noche anterior al examen pasada en vela, lejos de manuales y apuntes, de charla con la mente para que los conceptos no la oxiden; 5: Acudir al aula entre chistes, bromeando con compañeros a los que por el temblor de las muñecas diría que van a fusilar; 6: Sentarse en la banca trasera, poner a tu izquierda un mínimo de cuatro bolígrafos azules y dos negros, dejar que el ritmo te marque la estructura, apurar el tiempo pese a estar desprovisto de reloj.
El examen como uno más de los entretenimientos, con la alegría de haberlo terminado, con las nauseas de antes de empezar. Un auténtico deporte donde la adrenalina es canjeable por el porvenir. Tienes que ir entrenado, en resumidas cuentas saber de qué hablas, exponer con orden y adornando lo justo, cíñete a los echos, cuida una correcta puntuación.
Hubo un tiempo en que los examenes copaban las prioridades del alumno, del opositor, hoy su importancia es menor, hay oportunidades en junio, en septiembre, o puedes intentarlo en un momento en que las circunstancias acompañen, lo puedes posponer y dedicarte a otras materias que te resulten asequibles. Eso sí, nunca dejes la hoja en blanco, no acudas si crees que te puede atenazar el bloqueo, o el miedo, o si una vez allí, con el cronómetro del catedrático en marcha, vas a echarte en brazos de la excusa de la suerte. Suerte es lo tiene el que está dentro, y rectifica con tipex un error ortográfico, o decide tomar una perspectiva que alterna lo tradicional y los hallazgos más candentes. Suerte, escribir tú mismo y allá el corrector con su punto de vista, si es que todavía a los burócratas se les permite opinar, o vivir, ya que a la vida como a los exámenes el que se presenta lo hace voluntario.

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