lunes, 22 de febrero de 2010

18º-Cazadores de almas


En plena guerra fría la obsesión que quitaba el sueño a los ciudadanos de este lado del telón de acero era que un miembro del KGB, infiltrado como en "la invasión de los ladrones de cuerpos", lo sometiera a un lavado de ideas, le inculcara la peligrosa ideología sovietica. Es evidente que los servicios secretos comunistas carecían de técnicas tan sofisticadas, lo suyo era carne de retórica y sindicatos. Lo que no invalida la posibilidad de asumir la existencia de los otros.
De un tiempo a esta parte ando las avenidas estableciendo contacto con las pupilas de los demás, en un intento desesperado de hacerlos partícipes de mis cuitas, o de encontrar en el fondo una llama que prenda el calor que, reconozco, echo en falta. Tarareo un fado, y agua, contrariamente a lo que se cree las fieras no toman en razón los sonidos, ni la visibilidad, cuestiones que las frenarían, y cualquier animal que se precie (incluso los escritores) tienen que llegar a alguna parte, aunque marchen dando tumbos. Yo, mientras, persisto, "todo lo pensado está en presente" que exclamo cartesiano, es posible que el cuaderno rojo que espera que llene sus páginas en el bolsillo interior de la chaqueta sea mi máquina de engullir almas, de cazar vivencias que le zumban alrededor e impiden dormir la siesta. Falta saber si los aludidos verían adecuado ceder un simulacro de ellos a un demente que los aborda en silencio y los saca de la quietud, las miradas directas intimidan, me aventuro a pensar que no, reclamarían derechos de copyright, tras un parapeto de falsa modestia le quitarían hierro a las andanzas que los han conducido hasta la punta del lápiz que está a un trazo de darles forma. Cuando era un inexperto, gradación en números rojos, sopesé que nada como hacerme pasar por un entrevistador que les inquiere que respondan un cuestionario que salta de lo general a lo concreto, desistí al comprender que darían una imagen alejada de la realidad, nunca obligados a pensarse, en tal caso sería una ficción, luego una realidad, la tarea que me encomendaba tamañana ambigüedad.
Deduzco que extraer las ideas es a conocer lo que es a enseñar el introducir conceptos invisibles, una misión de derrotados de antemano. La última alma que balbuceó, dice Claudio Magris, sólo logró que el recipiente que la contenía sufriera un ataque de hipo, continuado por unas incontinentes ganas de reír.

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