lunes, 22 de febrero de 2010

19º-Poder


Recien un tipo que imparte clase usando un método pedagógico muy a la francesa, me pide que le defina la palabra "poder", me percato de la necesidad de divagar y explayarme ante tal omnipresente término. Para el empirista Hume el poder era un Leviathan formado por la voluntad humana de gozar de una relativa tranquilidad; los frenéticos anarquistas postulaban que era el reducto de primitivismo que quedaba en el ser humano. Los estadistas de mercado apostillan, el poder es un comodín ante los colapsos, un dios relojero en la sombra.
Pero "poder" es también un verbo, la acción flexiva a la que acuden los inconformistas, el destino cruzado de un montón de esperanzas que se contraponen, la ambición de muchos nunca saciados, el tormento de demasiados que pese a estar a su cobijo continuan mojándose. Poder es una indefinición debido a lo ramificado de su aplicación, y gracias, el poder personificado degenera en arrogancia y vela por sus propios intereses, el otro, por cuyas venas circulamos esperando nuestro turno, a las 10 A.M. a las puertas de un edificio gubernamental, al menos nos da chance de controlar cuestiones personales, convirtiéndonos así en un simulacro de magnate a pequeña escala. Poder tenemos al elegir, elegir pintar a trazos gruesos lo que es el tener la potestad de, poder ser mejor persona, algo a lo que aspiramos todos, incluso el poderoso que desde su atril del senado postula a favor de la aplicación de la pena de muerte, pueden y quieren subir un peldaño, sucede que equivocan la manera, pocos, afirma la rumorología, alcanzan la perfección.
Una persona que tiene en el nombre parentesco con los tiempos modernos, con un filósofo, se resistía desde su silla de ruedas a que "nadie me diga lo que no puedo hacer", y se quedó sin hacer una excursión por la selva australiana. El poder es falible, nada sabe de las particularidades de cada cual, se impone en un inmenso abrazo que nos abarca y en ocasiones ahoga, lo preferible sería ejercerlo como mal menor, evitar que las aguas se estancasen. Ya lo habló Zaratustra: sentir poderío equivale a compartir una virtud inacabada y los mejores acabados requieren un fuego lento.

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