domingo, 21 de febrero de 2010

17º-Huída

No seré yo quien rebata la afirmación de que "huír es opción de cobardes". El motivo es simple, suelo salir por piernas a las primeras de cambio, y la cobardía, francamente, me es innata. No soy el adecuado, entonces, para justificar los saltos hacia adelante, ya que en primera persona crucé un mar huyendo de una sombra que llegó a cubrirme por completo. Después tiemblas, abrirías los brazos en cruz, arrodillado, mientras imploras que un benefactor exento de remilgos te clave una estaca que disipe los miedos al futuro.
Un prófugo nunca aminora el paso, corre alentado por el peligro de las sirenas de policía que no entienden de delitos que prescriben, que suenan desde el fondo de su cabeza y brillan en la oscuridad de una penumbra inacabable. Y aprieta los dientes, evita girarse, sabe lo sencillo de enfrentar de cara los miedos, y entra en una tienda de barrio regentada por asiáticos, y compra un paquete de papel de fumar. Respira hondo, huye sin haber consumado el delito, apenas es sospechoso en consciencia, los ladrones de bancos mueren infelices, con un puñado de sacos dentro de los cuales esconden intentos fallidos, planes abortados.
Tampoco la huída es la solución, qué pregunten a Steve McQueen que dejó aparcadas sus ilusiones en una cuneta harto de no poder conciliar el sueño, pero hay gente destinada a irse de vacío, a la que le faltan los arrestos para dirigirse hacia donde van a descansar el músculo, allí, donde puedan arrojar la máscara, seguros, sin la desconfianza que les hace ver delatores como contornos que los vigilan del otro lado del futbolín.
Huír en noches en las que el frío amenaza con convertirte en estatua, no es, por otro lado, desagradable. Lo que duele es el reposo, la oportunidad perdida, has sacado de ganancia otro domingo entre rejas, y eso que las fuerzas de seguridad no te dieron caza. Lo peor de la huída, es que a veces huyes sin haber quebrantado una ley, exactamente escapas de la ley del deseo, de ese establecimiento donde nadie habría salido malherido, solo tú, que impune sientes culpable que en las manos no llevas gotas de sangre y sí un "debiste probar" en plena hemorragia de alma blanca.

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